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  • Carmen Rigalt

Tal para cual

EL CASO Urdangarin es un barómetro estupendo para medir los sentimientos de la gente. Sobre todo, los sentimientos respecto a la familia real (sin Urdangarin dentro: por muy empalmado que esté, el yerno no pertenece a ella). Con el devenir de los meses, esos sentimientos han sido cambiantes y han atravesado diferentes fases. Todavía quedan españoles que defienden a la primera familia del país, pero no hay que interpretarlo como un acto de fe monárquica. Precisamente los monárquicos de toda la vida son los que menos están dando la cara. Prefieren mantenerse en silencio sin apartar los ojos de la salida de emergencia, pues lo mismo les sorprende la República y tienen que salir zumbando. En estos momentos, los únicos defensores de la familia real son media docena de españoles benevolentes que, llevados por el instinto y la inercia, se resisten a aceptar la realidad.

Digo «familia real» por no decir el Rey, que es el meollo de este asunto. Respecto a la situación de la infanta Cristina todo el mundo lo tiene claro: por una cuestión de simetría matrimonial (o sea, de estética), la infanta debería ser imputada, aunque bastantes celebrarían que no apareciera ninguna prueba incriminatoria.

Como en todos los debates públicos, el caso Urdangarin ha proyectado en la ciudadanía la clásica división de opiniones. A priori, el yerno tenía muchas papeletas para gozar de ventajas judiciales. Digamos que en el maniqueo reparto de papeles, Urdangarin partía como el bueno de la película (un bueno pervertido, pero bueno al fin) mientras que Diego Torres aparecía como el mismísimo Lucifer, con el tridente en una mano y el rabo entre las piernas. A Torres, en ningún momento se le ha concedido (ni de boquilla) la presunción de inocencia. Es el traidor y se debe a las felonías. Nadie espera otra cosa de él.

Pero aparte está el Rey, ya digo. El Rey contaba con el afecto popular, y seguiría contando si no fuera porque los hechos se empeñan en llevarle una y otra vez contra las cuerdas. A España le duele el Rey, pero no está tan claro que al Rey le duela España. Él ha sido el principal consentidor. Los dos ángeles exterminadores de la Monarquía no son Torres y González-Peeters sino Corinna y Urdangarin, dos buitres en la corte del Rey Juan Carlos. Tal para cual.