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  • Federico Jimenez Losantos

Torres es, ay, muy creíble

DICE Eduardo Inda que de las declaraciones del socio de Urdangarin ante el juez cabía esperar una implicación aún más inapelable de la Infanta pero no que volara la santabárbara: el Rey, Corinna, Fontao y Revenga. Es decir, que Diego Torres presentara los atracos de su socio como uno de los episodios de corrupción habituales en La Zarzuela, que es lo que ha hecho y lo que, en buena lógica, debía hacer. Si Torres quiere protegerse a sí mismo, a su imputada señora y a los tres yates que simbolizan su fortuna, es evidente que ya no le basta con la Infanta, que en la opinión pública está condenada al banquillo y a la que Castro y Horrach siguen beneficiando de forma groseramente selectiva, mediante la figura de la estigmatización, es decir, de la prevarigalupación, que es insostenible tras imputar a Revenga.

Torres necesita algo más que la Infanta para protegerse de su socio Urdangarin, y ese algo sólo puede ser el Rey, con sus femeninos arrabales. Si Cristina está al caer, la mejor protección es la sombra del Inimputable o Irresponsable, en el sentido constitucional del término. Figura, por cierto, tan insostenible como la preferencia masculina en la sucesión y otras groserías históricas, incompatibles con la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Ya sé que la Monarquía es la primera de ellas, pero en atención a su carácter histórico y su vigencia actual, conviene actualizar lo que tiene de constitucional, si es que quiere resultar útil para la Nación y la Libertad.

Para desgracia de los accidentalistas, léase juancarlistas, asustados y afligidos por el descrédito de la Corona, a estas alturas es imposible fingir que no sabemos quién es Corinna, Camps, Urdangarin, Nóos y Aizoon. Lo sabemos perfectamente. Y lo que dice Torres no es terrible para La Zarzuela y el Rey; es peor; es, sencillamente, creíble. Lo que cuenta Torres desde ese Enola Gay que le hace tripular Eduardo Inda es lo que Forbes y el New York Times han imputado previamente urbi et orbi. Torres es la vil constatación de que cuando alguien se acostumbra al delito o a la impunidad al perpetrarlo, siempre hay quien se le arrima y se beneficia, para escándalo de los que viven escandalizándose. Pero lo único que España no puede permitirse hoy es la falta de ejemplaridad. Y es lo que ofrece la Corona.