DICE Eduardo Inda que de las declaraciones del socio de Urdangarin ante el juez cabía esperar una implicación aún más inapelable de la Infanta pero no que volara la santabárbara: el Rey, Corinna, Fontao y Revenga. Es decir, que Diego Torres presentara los atracos de su socio como uno de los episodios de corrupción habituales en La Zarzuela, que es lo que ha hecho y lo que, en buena lógica, debía hacer. Si Torres quiere protegerse a sí mismo, a su imputada señora y a los tres yates que simbolizan su fortuna, es evidente que ya no le basta con la Infanta, que en la opinión pública está condenada al banquillo y a la que Castro y Horrach siguen beneficiando de forma groseramente selectiva, mediante la figura de la estigmatización, es decir, de la prevarigalupación, que es insostenible tras imputar a Revenga.
Torres necesita algo más que la Infanta para protegerse de su socio Urdangarin, y ese algo sólo puede ser el Rey, con sus femeninos arrabales. Si Cristina está al caer, la mejor protección es la sombra del Inimputable o Irresponsable, en el sentido constitucional del término. Figura, por cierto, tan insostenible como la preferencia masculina en la sucesión y otras groserías históricas, incompatibles con la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Ya sé que la Monarquía es la primera de ellas, pero en atención a su carácter histórico y su vigencia actual, conviene actualizar lo que tiene de constitucional, si es que quiere resultar útil para la Nación y la Libertad.
Para desgracia de los accidentalistas, léase juancarlistas, asustados y afligidos por el descrédito de la Corona, a estas alturas es imposible fingir que no sabemos quién es Corinna, Camps, Urdangarin, Nóos y Aizoon. Lo sabemos perfectamente. Y lo que dice Torres no es terrible para La Zarzuela y el Rey; es peor; es, sencillamente, creíble. Lo que cuenta Torres desde ese Enola Gay que le hace tripular Eduardo Inda es lo que Forbes y el New York Times han imputado previamente urbi et orbi. Torres es la vil constatación de que cuando alguien se acostumbra al delito o a la impunidad al perpetrarlo, siempre hay quien se le arrima y se beneficia, para escándalo de los que viven escandalizándose. Pero lo único que España no puede permitirse hoy es la falta de ejemplaridad. Y es lo que ofrece la Corona.