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  • David Gistau

Banana Wars

LOS PERIODISTAS, y no me refiero a los que son actores del poder -éstos, por lo general, son listos-, sino a los que creen haber sido enviados a la Tierra, como Kal-El, a desfacer entuertos, tienen una visión de las cosas infantil por maniquea. La situación actual de la pantalla de plasma que gobierna España representa el cumplimiento de la más osada de sus fantasías. En el escenario público, se confrontan, a un lado, unos señores muy oscuros y malvados, envenenados por taras psicológicas que no es posible encontrar en nadie más. Y, enfrente, aparecen unos luminosos redentores, sin una sola mancha en el pasado, prácticamente una orden de caballería capaz de salvar el país mientras cita con donaire a Heródoto. Orcos contra elfos.

Es imposible no disfrutar al participar en algo así, se haya visto o no Todos los hombres del presidente. Indignarse por escrito con un presidente del gobierno,o con la clase política, es algo terapéutico, consolida las veleidades de independencia, coraje y superioridad moral. Pero, al menos para lidiar con casos tan turbios y poliédricos como el de Bárcenas, el periodista debe trascender a Tolkien en algún momento de su carrera. Debe dejar de creerse una herramienta de principios tan hermosos y capitulares como La Verdad, que en el periodista/actor del poder es coartada, y en el otro, ingenuidad. A ese periodista ingenuo tiene que ocurrirle lo que a un marine de las Banana Wars que en algún momento hubiera sido capaz de preguntarse si, en vez de por la patria, no estaría matando por la United Fruit.

Yo me pregunto si no estoy matando por la United Fruit. Porque el caso Bárcenas empieza a esbozárseme como un cruce sórdido de venganzas personales, medias verdades y tacticismos políticos que no encaja en una simplificación maniquea. Porque, el jueves pasado, unos periodistas bajaron unos papeles como si fueran las tablas del Sinaí. Y, el domingo siguiente, el mismo periódico que los había puesto a circular reubicaba con un editorial el foco de escándalo como quien suelta la presa, mientras el prestigio de los papeles se degrada cada día. Porque soy demasiado necio para comprender en toda su hondura qué está pasando, pero demasiado listo para arrancarme con unos cuantos clichés acerca de la honorabilidad sabiendo que, en realidad, me estoy dejando instrumentar. A veces, sé lo que hago, pero no sé por quién lo hago. Periodismo.