CARLOS MÁRQUEZ
La cita tiene un truco: el sitio. Pepe Mel llega puntual, hecho nada habitual para los habitantes de un mundo cuyos días no son de 24 horas, porque les basta con tres: la hora del entrenamiento, la comida y el partido. El entrenador lo hace acompañado de su mujer y saluda a la persona equivocada, cortésmente, aunque su mirada está ya en otro lugar. Observa el techo de un edificio cargado de historia, la antigua escuela francesa de Sevilla, rehabilitada y convertida ahora en un singular hotel. Pregunta al director, imagina personajes y descubre a su interlocutor. Ni una palabra de fútbol. La subida a la terraza es como el despertar de los sentidos, una explosión de luces y olores frente a la Giralda y a un skyline trazado por las civilizaciones que nos han hecho como somos. Mel es un madrileño de 49 años, pero se siente ciudadano de todas partes, de las ciudades a las que ha vuelto para expiar el pecado del futbolista: jugar sin ver nada. Ahora lo observa todo igual que lo hizo Bécquer en su Sevilla natal para pensar como escribió el poeta: «Por una mirada, un mundo».
-¿Por qué escribe?
-Porque lo necesito, porque me permite desconectar, recuperar energía. Es una pasión y una evasión. Abro un libro o me pongo a escribir y me olvido del fútbol y del Betis.
A Mel no le asusta decirlo, no necesita mentir para hablar de sí mismo. El Mentiroso es el título de su primer libro, del que ya se ha lanzado la quinta edición, y ese detalle sí quiere especificarlo. Durante la conversación, cada vez que ha de reivindicarse, hace el gesto de pedir permiso. Lo suyo no es ser un entrenador top, top, top, pero tampoco está dispuesto a hacer de figurante de quienes lo son. La obra es una novela histórica ambientada en varios escenarios, en la que se cruzan la realidad y la ficción, y que parte del hallazgo de unos manuscritos en una cueva de Qumrán, en el desierto de Judea.
-¿Conoce Qumrán?
-Desde luego. He estado en todos los lugares de los que he escrito, en Qumrán, Masada, Jerusalén, El Cairo... Cuando tengo unos días libres, busco sitios distintos.
-Con lo que ya viaja por su profesión... ¿Aún le quedan ganas?
-Eso no es viajar... Es ver hoteles, aeropuertos y estadios. Recuerdo que tuve una frustración grandísima por un torneo que fuimos a jugar a Múnich, cuando estaba en las categorías inferiores del Madrid, y no pude visitar la ciudad. Pasaron años para que pudiera conocerla.
Pues hemos de volver al terreno de juego, pero no sin antes preguntarle si puede establecer una similitud entre el ejercicio de la literatura y el fútbol. Lo encuentra rápido: «En las dos has de disfrutar con la elaboración, con el proceso de preparar un partido o un libro, emocionarte con un escenario o un personaje, como hacerlo con un entrenamiento...»
-¿Quería decir algo más?
-Sí, sí. Quiero insistir en que el fútbol es parte de la cultura. También quiero desterrar esa imagen de que el fútbol reniega de todo lo demás. Eso ha cambiado. Los jugadores que yo manejo se preocupan por su futuro, muchos estudian, casi todos van a clases de idiomas y ves a un buen número con libros en los viajes. Tienen suerte porque poseen un don y ganan dinero, pero tienen inquietudes y dudas».
-Usted tendrá más, pero el entrenador no puede confesar las suyas.
Una sonrisa cómplice precede a la sentencia: «Me asusta el que lo tiene todo claro». «Yo tuve un entrenador en el Betis, Josef Jarabinski, que decía: 'Solución viene por puerta'. El devenir te aclara las cosas. Por eso has de centrar tu energía en aquello en lo que puedes incidir», añade.
En su caso, toda incidencia es con la pelota: «Nosotros nunca hemos ido a un bosque a correr, como otros equipos. Todo lo hacemos con balón, sea trabajo de fuerza, velocidad o resistencia. Sólo con la pelota te sientes de verdad futbolista. Si yo veo que los míos se divierten, es que vamos bien. Si no, malo. Mi preocupación es que no tengan miedo a fallar. Si no arriesgas, no creces...»
-¿Y si falla? ¿Bronca?
-Que lo intente otra vez. Penalizar el error es horroroso.
Desde que ascendió con el Betis, es la tercera temporada de Mel en un club que es una cultura. «Una vez me dijo el director de la Seat, en Martorell, que cuando ganaba el Betis aumentaba la productividad, porque la mayoría de los trabajadores eran emigrantes andaluces. Hay estudios que dicen que hay un millón de béticos», explica el técnico, al frente de un equipo al que llegó en plena convulsión institucional y deportiva. «Albert Einstein, que no sabía nada de fútbol, se preguntaba por qué preocuparse tanto de las crisis si es cuando más aparecen las soluciones. Quizás el Betis sea hoy un ejemplo, con un presidente que habla idiomas, un máximo accionista de prestigio y un equipo que no es un muro para los jóvenes. Ahí está Vadillo, que debutó a los 16 años».
-¿Lo fue para usted el Madrid?
-Estaba Emilio, la Quinta, jugadores de mucha calidad...
El Betis de Mel se inscribe en la tendencia española por el juego, pero advierte: «Eso no quiere decir imitar al Barça. Hay clubes que quieren ser como ellos en tres años. Están locos. Cada uno debe tener su identidad. El Camp Nou premia el estilismo; el Bernabéu, el esfuerzo. Cuando Mou dicen que el público del Madrid pitaría seis pases sin pasar el mediocampo, tiene razón.
-Usted le ganó el pulso. ¿Cómo?
-Al Madrid has de darle la pelota y negarle el espacio. ¡Qué no exista! Contra el Barça has de empezar la presión en Valdés, no en Iniesta, porque es un equipo que cubre todas las etapas: iniciación, transición y finalización. Es como una serpiente. Al Madrid le sobran las dos primeras.
Del Atlético, mejor hablar después del partido, y de un buen libro.