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  • Pedro Cuartango

La corrupción como espectáculo

LA SOCIEDAD moderna tiende a convertirlo todo en espectáculo. La política ya lo es desde hace mucho tiempo. Más recientemente, la economía. Pero ahora es la corrupción la que ocupa el centro del escenario.

El espectáculo es siempre virtual, es una simulación. Y la corrupción empieza a ser puro espectáculo en unos medios de comunicación que compiten por escandalizar al público y presentar a los ladrones como los monstruos de dos cabezas que se exhibían en las antiguas ferias.

No se vea en mis palabras ni el más mínimo propósito de criticar a un periódico como éste, que está haciendo un extraordinario trabajo de denuncia de los abusos del poder. No, no me refiero a eso. Estoy hablando del clima de frivolidad mediática con el que se amplifican los escándalos hasta convertirlos en un género que compite con la prensa rosa.

La corrupción ha empezado a tener más audiencia que la telebasura, de suerte que veo a los programas de la tarde prescindiendo de los servicios de Belén Esteban y pugnando por contratar a Bárcenas, Amy Martin o Urdangarin. Estos personajes tienen ahora mucho más morbo que los clásicos en las revistas del corazón.

La banalización de la corrupción engendra el peligro de convertir el asalto a las arcas públicas en un entretenimiento para unas masas con dificultades para distinguir entre la realidad y la ficción. Peor todavía, el trinque puede tener incluso un efecto reconfortante sobre las conciencias en la medida en que cada uno puede elevarse en un plano de superioridad moral sobre los políticos que nos roban.

A fuerza de ser exhibida todos los días como algo habitual, la corrupción se transmuta no ya sólo en irrelevante sino además en pura representación virtual, eternamente igual a sí misma, semejante a un videojuego.

La corrupción aflora en los medios, pero su propio exceso funciona como un antídoto que inmuniza a los ciudadanos, que han pasado de la indignación por el latrocinio a la curiosidad morbosa. Como en el circo, la gente exige un más difícil todavía. Y casi nada sorprende ya a un público acostumbrado a los más insólitos chanchullos. Bárcenas, verdadero Houdini de la pasta, empieza a aburrirnos. Necesitamos emociones más fuertes. Venga Pedro J., saca ya la lista de los sobrecogedores.