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  • Enric González

Irresponsables

LA IDEA de que las personas son responsables de sus actos es muy anterior al concepto de libertad individual. De hecho, es uno de los fundamentos de las religiones monoteístas y de la cultura clásica. Dostoievski, el autor de Crimen y castigo, ligaba la responsabilidad al raciocinio: «Si podemos formularnos la pregunta ¿soy o no soy responsable de mis actos?, significa que sí lo somos».

Hoy se acepta que no puede existir libertad sin responsabilidad, y viceversa: el esclavo y el forzado son moralmente irresponsables. Cabría deducir, por un silogismo simple, que en España falta libertad. Somos probablemente muy esclavos de algo (de Alemania, de la herencia recibida, de la mala voluntad ajena, de las circunstancias) porque aquí nadie se declara responsable de nada.

Los consejeros de las cajas de ahorros quebradas aseguran que no sabían nada ni tenían por qué saber; ellos estaban allí sólo para cobrar. Los directivos de los bancos rescatados carecen de culpa: ¿qué podían hacer ellos? Los gobiernos, el anterior y el actual, se presentan como víctimas: de la crisis internacional, el de Zapatero, y de la realidad, el de Rajoy. Los grandes partidos, que durante años se han financiado ilegalmente y en los que abundan los repartos de comisiones clandestinas, son víctimas de sus necesidades, de la competencia desleal (lo nuestro es leve comparado con lo de nuestros rivales) o de algún señor que se ocupaba de la tesorería y al que nadie llegó realmente a conocer. A veces incluso hay quien considera «ruin» (el ministro Montoro, ayer) que se le pregunte por las tropelías del partido.

La responsabilidad nunca es de nadie. Hasta en instituciones que cuentan entre sus obligaciones fundamentales la exigencia pública de responsabilidades, como la prensa, se tiende a escabullir el bulto. Un gran diario español publicó ayer en portada una foto que no debía haber publicado y que, encima, resultó falsa. Son cosas que ocurren en las mejores familias y no hay que ensañarse. Su director anunció la retirada de la edición y la cabecera del periódico pidió disculpas a sus lectores. Vale. Pero ni el director ni nadie compareció de inmediato para decir: «La culpa es mía, lo asumo, lo siento».

Uno acaba sintiendo cierta admiración por la trinidad Carlos Mulas-Irene Zoe Alameda-Amy Martin (ya no sé quién es real y quién es pseudónimo): al menos en esa chapuza alguien dice «he sido yo», aunque acompañe la frase con una farsa estrambótica y la trinidad al completo quede fatal.

Este texto, posiblemente tonto y probablemente inútil, lo he escrito yo, el que firma. La culpa es mía. Fácil, ¿no?