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  • Salvador Sostres

Mi país

Oriol Junqueras ha sido el inspirador de la política económica y social del actual Govern, y ha forzado a CiU a fijar una fecha para la presunta consulta soberanista. Pero en Cataluña las cosas han llegado a tal extremo de locura que el líder republicano ha sido nombrado jefe de la oposición en el Parlament. Y como si no fuera suficiente el delirio, Junqueras ha renunciado -por coherencia, según ha dicho, con su condición de político de izquierdas- al sobresueldo, al chófer y a las secretarias asociadas al cargo, pero manteniendo la principal y flagrante incoherencia de ser jefe de la oposición del Gobierno que ha inspirado y que se mantiene en el poder única y exclusivamente gracias a tu apoyo parlamentario.

Mucha gente se queja de la mediocridad de la clase política y es una queja razonable, tanto en Cataluña como en España. Pero la gente es mucho más mediocre que los políticos, y el populismo de renunciar al chófer para contentar a la turba iracunda marca el nivel de esta masa ignorante, gritona y ocupa plazas, que no está a la altura de la democracia ni alcanza a comprender en qué consiste ni en qué se basa. Mientras nos encarnizamos con el pobre chófer y nos creemos más íntegros y más puros, aceptamos que el socio de un Gobierno sea nombrado jefe de la oposición, convirtiéndonos así en cómplices de la más sonora burla a la democracia desde su restauración.

También Mas apela a la «radicalidad democrática» como argumento para celebrar su consulta, pero fue a las pasadas elecciones sin mencionar la palabra independencia para no ahuyentar a su votante más tradicional -o sea, para engañarle- y ahora pretende, para lograr el apoyo del PSC y de los comunistas en la también supuesta declaración de soberanía del Parlament, desvincular la convocatoria del referéndum de la construcción del Estado propio, como si la independencia no fuera el único objetivo de todo este proceso.

De todos modos, es normal que tanto CiU como ERC se tomen a risa una consulta que saben que no va a hacerse y una democracia que desprecian saltándose sus normas y formalidades elementales. Y luego está lo del pueblo, ese pueblo al que dicen querer liberar pero al que estafan sistemáticamente con toda clase de pantomimas y de farsas.

La desfachatez ha superado cualquier límite imaginable y la clase periodística, incompetente y comprada, escribe sin ningún respeto a la inteligencia y siendo el cómplice necesario para que la estafa sea total. Se hace difícil determinar qué corrupción es más letal: si la indecente cantidad de dinero que la Generalitat da a La Vanguardia, o lo que a cambio escriben sus articulistas, entre la propaganda y la demencia, y siempre de muy poca calidad. Si la Generalitat compra un periódico con nuestro dinero, por lo menos que sea bueno.

Después de la exigencia de tanta democracia, de tanto derecho a decidir y de tanto respeto a la voluntad del pueblo, Cataluña ha acabado con un presidente y un jefe de la oposición que son socios del mismo Gobierno, que saben de antemano que no van a hacer aquello a lo que se han comprometido y con unos medios de comunicación atontados por la subvención y la limitación de buena parte de sus periodistas.

Hay tribus africanas de hechicería y sacrificio donde el personal se deja tomar menos el pelo que en este país mío.