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  • Arcadi Espada

Qué coña

EL EXPRESIDENTE Pujol, que en su día mandó a los socialistas a la mierda de dos en dos y con gran éxito, se preguntó el otro día por televisión qué coño era eso de la Udef. La respuesta se la dio ayer este periódico cuando publicó una información de gran importancia en la que el hijo de Pujol reconoce haber defraudado a la hacienda pública mediante la ocultación de una cuenta en el extranjero. Las razones que habrá tenido el hijo para proceder así no son de mi interés. Sí lo es la conducta del padre.

Durante los inacabables 23 años de su presidencia Jordi Pujol i Soley (¡ya hay que distinguir con todos los apellidos!) se refirió en infinidad de ocasiones a la moral colectiva. Fue uno de sus sintagmas favoritos. La necesidad de mantener una moral colectiva, que él vinculaba al reto nacionalista. El sintagma tuvo mucho éxito entre sus filas hasta el punto de que su sucesor, Artur Mas, se desmarcó en su día del yuppismo socialista ofreciendo como contraste la moral que el nacionalismo había inculcado entre sus practicantes: «El nacionalismo nos ha dado convicciones sólidas, un temple moral. El yuppismo, en España, lo trajo la izquierda», eso textualmente fue lo que dijo.

Es evidente que Jordi Pujol fracasó con su hijo Josep, como por cierto y por la misma razón fracasó Artur Mas con su padre, cuando el hoy presidente se dedicaba ya a la alta política, desde la dirección del departamento de Economía, y trataba de inculcar a los ciudadanos la necesidad patriótica de pagar los correspondientes impuestos. Es evidente que un padre no puede responsabilizarse por completo de la conducta de sus hijos. Una educación esmerada, cálida y firme puede dar tristes resultados inesperados porque la conducta del hijo depende de factores ajenos, genéticos y culturales, que la voluntad del padre no puede controlar.

Se supone que el presidente Pujol no predicaría en casa nada distinto a lo que predicaba en las calles y que exigiría a sus hijos la misma tensión moral que veteaba sus discursos. Por razones inextricables esa exigencia fracasó, al menos en un caso filial. Se esperaba que el presidente Pujol reconociera, con humildad resignada, la imposibilidad de luchar contra la forza del destino; todos lo habríamos comprendido. Pero en vez de resignación, el viejo Pujol ha preferido la despótica chulería.

Qué coño debió de ser eso de la moral colectiva.

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