CARROMERO RECUPERA LA MEMORIA. ¿HABLARÁ?

Domingo, 30 diciembre, prisión de Segovia. Ángel Carromero hojea los periódicos que acaba de llevarle su madre. Todos los titulares destacan su llegada a España. Va pasando las páginas hasta que un artículo llama su atención. Es una entrevista con la viuda de Oswaldo Payá, el disidente cubano que viajaba en el coche del político del PP. Clic: su cerebro se pone en marcha.

Un flashback. El vehículo que conduce, un Huyndai azul, se despeña por una pendiente. Pierde la conciencia al colisionar contra un árbol. Es su último recuerdo hasta que se despierta en un hospital de Bayamo, al este de Cuba, aquel malhadado 22 de julio. Desde el momento del choque, su memoria está emborronada.

Sí que recuerda, sin embargo, todo lo que ocurrió justo antes del impacto. Son datos inéditos sobre la causa del accidente. Detalles que contradicen la versión cubana de que todo se debió al exceso de velocidad. Y, también, la única rendija que les queda a los Payá para aclarar lo sucedido, puesto que creen que el castrismo «orquestó» el choque.

Carromero ya ha relatado estos hechos a su círculo más íntimo. Estos días, en su celda segoviana, medita si le conviene que su verdad salga a la luz. «De momento, Ángel está haciendo memoria... Ya sopesará los pros y contras de hablar», dice una de las cinco personas que le han visitado en la cárcel.

Otro flashback. El joven político está en una camilla, en el hospital Carlos Manuel de Céspedes. A su lado, yace Aron Modig, su acompañante sueco en el viaje a Cuba. Este le pasa un papelito con el teléfono de Payá. A esas alturas, los dos ignoran que el disidente ha fallecido. También que el cuarto pasajero, Harold Cepero, está herido de muerte...

Poco después, al español le meten una vía intravenosa con un misterioso fármaco. Pasará sedado sus 14 días de ingreso en el centro médico. «Yo lo llamo tortura», clamó Esperanza Aguirre, presidenta del PP madrileño, tras visitarlo este martes. «Ángel no sabe lo que le metieron en vena, tiene unas lagunas tremendas», confirma su mejor amigo, Pablo Casado, portavoz de la familia.

Quizá su amnesia se deba al trauma. O a la rara sedación que le administraron. O, por qué no, al «marcaje psicológico» al que le sometió el régimen castrista. Aislado en la prisión 100 y Aldabo de La Habana, el teniente coronel A -del G2, el departamento de seguridad castrista- comía con él casi a diario. Era el poli bueno que trataba de minarle la moral con interminables charlas. ¿Un lavado de cerebro?

Flash a flash, Carromero trata de reconstruir los 159 días que pasó en Cuba. Sus asesores le han recomendado que plasme por escrito sus recuerdos. Sólo así podrá ordenar su mente antes de que le concedan el tercer grado. Si todo sale bien, quizá pise la calle esta misma semana: podría ser controlado con una pulsera telemática o, si no, dormiría en prisión entre semana.

Dice su círculo que el joven político llegó destrozado a la cárcel de Segovia. Rompió a llorar cuando le hicieron la reseña carcelaria: fotos, huellas y datos de filiación. «Pero, ¿aquí hay colchones?», preguntó cuando le llevaron al módulo de ingresos, tras largos meses en un inhóspito penal habanero.

Con los días, su ánimo se ha elevado. Ya degusta café del economato con la docena de internos del módulo. Incluso se zampó un chuletón en la cena de Nochevieja. «Está traumatizado por su estancia en una celda estalinista», dice Casado. «La cárcel española le parece un palacio».

Dentro de poco, Carromero retomará su empleo de asesor del Ayuntamiento de Madrid, por el que cobraba casi 3.000 euros netos al mes. También volverá a su cargo de número tres de Nuevas Generaciones del PP en Madrid. Y se instalará en su piso del barrio del Retiro, aunque quizá haga escala en casa de su madre, Isabel Barrios.

Todo está listo para su resurrección. Sólo le queda decidir qué versión de su odisea cubana quiere difundir. Parte de su círculo le recomienda que goce de su libertad en sigilo y se ahorre problemas. Otros opinan que aceptar la condena cubana sin rechistar supondría «su muerte civil». «Hablará cuando salga y ordene su cabeza», ha augurado Esperanza Aguirre.

Esa es la ilusión que le queda a Ofelia Acevedo, la viuda de Payá, para aclarar la muerte de su marido. Los dos pasajeros cubanos del Huyndai están muertos. El tercero, el sueco, no recuerda nada. O eso dice: «Yo estaba dormido cuando el coche se estrelló», se excusó esta semana.

-Ofelia, ¿debe hablar Ángel?

-Sólo la verdad nos hace libres. Ángel podría aclarar muchas cosas... Pero no sé si está en condiciones-, cuenta la viuda desde La Habana.

Dicen los Payá que los supervivientes mandaron un SMS a Suecia desde el móvil de Modig. En él, contaron que un coche los embistió por detrás y los sacó de la carretera. Según esta versión, habrían sido agentes cubanos -y no el exceso de velocidad- lo que provocó el siniestro.

Otra «prueba» es el atestado que, según la viuda, leyó el instructor del caso, el capitán Fulgencio Medina, el mismo día 22 en el hospital de Bayamo. En él, dos testigos mencionaban un Lada rojo, habitual en la policía cubana, que circulaba en paralelo al Hyundai en el momento del siniestro. Cuando los ocupantes del Lada se acercaron a auxiliar a los heridos, Carromero dijo: «¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué nos hacen esto?».

Hace ya seis meses de aquello. Nadie mencionó el enigmático coche rojo durante el juicio que condenó a Carromero a cuatro años de prisión. Ahora, ya en España, el joven político sigue meditando qué contar. Y, sobre todo, qué callar.

En su primera visita, su madre le entregó una radio, ropa de abrigo y un libro de discursos de Winston Churchill, su político predilecto. Entre sus páginas, pudo leer una cita que encapsula en qué estación de su vía crucis se encuentra: «Esto no es el final. No es ni siquiera el comienzo del final. Pero sí que es, quizás, el final del comienzo».