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Las memorias de Aznar

Desconozco si José María Aznar está al tanto de las disputas académicas que hay sobre memorias, autobiografías y novelas biográficas. Corpus Barga, que dejó inacabadas sus memorias, decía que éstas «se iban convirtiendo insensiblemente en novelas». La RAE define memoria y autobiografía de forma parecida, pero los estudiosos creen que hay diferencias. Georges May, el mayor experto sobre el asunto que hubo en Yale, afirmaba que la memoria era un relato de lo visto, conocido o hecho mientras que la autobiografía era el relato de lo que se ha sido en la vida. Así que se puede decir que Aznar ha acertado al definir su última obra como Memorias I (Ed. Planeta, 384 págs.)

Pero hay otra perspectiva, fuera de la literaria, que interesa a los aficionados a estas historias: la descripción de los procesos de toma de decisiones. Mientras en muchos pasajes de su vida, Aznar refiere con detalle los motivos y condicionantes de sus determinaciones (Fraga, su familia, sus compañeros del PP, la Prensa), ese proceso se desdibuja en el único capítulo que dedica a la política económica que aplicó desde 1996.

Como él mismo afirma, ese apartado describe básicamente la increíble hazaña que España cumplió al coger el tren del euro. Se relatan episodios importantes, como cuando su decisión de estar desde el primer momento convenció a Romano Prodi de que Italia también debía hacerlo. O cuando Duisenberg le pidió apoyo para evitar que Alemania y Francia devaluaran los principios de Maastricht.

Sin embargo, la falta de minuciosidad en el relato acaba convirtiéndolo todo en el resultado de su voluntad desnuda. Así, sabemos que Aznar era consciente del envite histórico («demasiado tiempo llegando tarde a todo»), de que debía neutralizar nuestra fama de «indisciplinados y gastones» y que identificó con claridad dónde había que martillear: «Lo que de verdad demostró nuestro compromiso con el euro fue el recorte drástico del déficit público».

Pero aquí se nos hurtan muchas cosas. Enumero sólo algunas a vuelapluma: el papel de José Barea como gran veedor del Estado se despacha en 12 líneas, del proceso de privatizaciones de grandes empresas públicas prácticamente no se dice nada y mucho menos de la forma en que se seleccionaron sus presidentes (Aznar pasa de puntillas sobre la designación de su compañero Miguel Blesa en Caja Madrid, por ejemplo). Tampoco, pese a que Aznar es inspector de Hacienda, hay una sola referencia a la política tributaria de su Gobierno que supuso un cambio de paradigma en el país.

Las 20 páginas dedicadas a su política económica son insuficientes, pese a que es obvio que Aznar las escribió pensando en la situación actual. «Creo que aquella experiencia puede ser útil en estos momentos de crisis», dice. Y recuerda que «en la política, el tiempo es un factor esencial. Si lo tienes, no lo malgastes... y si no lo tienes, procura anticiparte».

john.muller@elmundo.es