• Sala de columnas
  • David Gistau

Lucecita de Zarzuela

EN LA NOCHE, sólo el despacho irradiaba, como aquella insomne lucecita de El Pardo. La permanente custodia, a la que no distraen elefantes. Oculta fuera, la cámara primero acechó al personaje a través de los cristales de la ventana. Una toma a la que sólo le faltó la respiración pesada de las películas de psicópatas con máscara de hockey. «¡Bloody Face se ha colado en Zarzuela!». «¡Está ahí fuera la República, con su sierra mecánica!».

No hubo gore cuando la cámara entró en el despacho. El Rey depositó sobre el escritorio el papel que estaba repasando. Casual. Como si el pueblo, con su libre acceso, con esa cercanía ajena a las gorgueras y el «Sosegaos» de El Escorial, hubiera pasado sin llamar. Más que de vigor, al tenerlo de pie se trataba de dar una imagen de vigencia. Un Belmonte capaz todavía de subirse al caballo. Un monarca enhiesto en el puente de mando, cumplida ya la penitencia autoimpuesta por sus digresiones recreativas, y con la mirada fija en la galerna. Ninguna otra cosa veía. Ni yernos imputados y acogidos de nuevo en el seno familiar, como si también esa otra penitencia, la del apartamiento del material humano tóxico, hubiera sido ya suficiente. Ni herederos, ni lesiones, ni Eurocopas. Sólo la Política y la Economía. La compasión, expresada de un modo entrañable, por aquellos que ya han sido arrollados por la época. Sólo el intento de insuflar espíritu en la escombrera nacional, cuando parece acabar todo lo que empezó con él, desde el concepto de nación hasta el prestigio de las instituciones, cuya decadencia también afecta a la Corona. Pero el Rey, que ha vivido lo bastante para ver su legado destrozado, aún conserva influjo tutelar: tanto, que Mas lo cubre con un lienzo, como una adúltera de Delibes taparía el Cristo para que no la viera pecar. Por ello, convoca a otra Transición, como si él atisbara la oportunidad de restaurar la legitimación afectiva del juancarlismo. Como si su generación pudiera volver a ser joven y determinante. Como si no se hubiera abatido ya sobre nosotros un nihilismo que nada genera y que ha sido ahondado por el fracaso y las mentiras de Rajoy. No hay personas como las que reclama el Rey. Sólo cháchara avillanada.

Estaba en pie. Pero la inmovilidad de las piernas nos hizo imaginar unas tomas falsas en las que empleados acudían justo a tiempo de evitar que se estrellara contra el suelo al escorar.