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  • Manuel Jabois

Alma de cántaro

LO MEJOR que ha podido hacer el diputado Santiago Cervera es dimitir y hacerlo además de mañana, sobre la una, cuando medio país se está levantando de la cama gracias a la reforma laboral. Bien es cierto que ya tuvo que dimitir al recibir el correo que dice que recibió, porque más que la carpeta de enviados nos define la de recibidos. Que cualquiera haya pensado que el diputado Cervera estaba por la labor de leer anónimos dice más del diputado Cervera que del anónimo. Los mails que se reciben sin dirección conocida hay que tirarlos sin más salvo los que ofrecen alargamiento de pene, que hay que verificar no vaya a ser el cuento; cualquiera que lea un correo como el recibido por el diputado Cervera lo primero que debe pensar es que algo habrá hecho para que se tomen con él esas licencias. «Alquile un globo y vaya usted a recoger un paquete…». «Mire, venga usted mejor aquí y agáchese». Yo entiendo la adrenalina que habrá supuesto seguir instrucciones precisas en las que sólo faltaba dar un saltito al llegar a la tercera baldosa y reemprender el paso en zigzag para llegar a una ranura y coger un paquete con documentos, al fin y al cabo se nos ofrece ser Marlowe pocas veces en la vida, aunque con suerte acabemos de Closeau. Advierto también la curiosidad que debió de tener el diputado Cervera por saber más de un caso que investiga con celo por ese mandato popular de las urnas que tan pocos colegas suyos llevan a cabo, ensimismados en el café. Está el país para pensar que en su rápida reacción (¡y en la admisión de preguntas!) lleva precisamente la inocencia. Es tradición que los presuntos se metan debajo del escaño, se agarren al palo de la bandera o les proteja su partido con uñas y dientes. Es por esta ecuación que el diputado Cervera se dirige tenebrosamente hacia su inocencia, condenado como una paloma entre lobos.