¡Bravo, Oscar, bravo!

La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, abraza al arquitecto Oscar Niemeyer en octubre de 2010, en Río de Janeiro. / REUTERS

Se nos ha ido Oscar Niemeyer. Y a su paso, a mí me gustaría decirle: «¡Bravo Oscar, bravo!». Con esas palabras lo animaba Le Corbusier, que son las palabras con las que en España se alaba a los buenos toreros cuando torean bien. Porque algo de muy buen torero, de maestro consagrado, tenía nuestro arquitecto. Algo sublime que yo expresaría, metidos ya en símiles taurinos, con un «danza cuando dibuja, baila cuando piensa y templa cuando construye». Como el mejor de los toreros, como el mejor de los arquitectos.

Pues a aquellos dibujos suyos tan expresivos y generosos de líneas curvas que parecían danzar, se correspondía un pensamiento que lejos de ser lineal y clásico en sus razones saltaba por encima de ellas en una danza arrebatada. Y luego, cuando construía, lo hacía con absoluta seguridad, como templando, con la fuerza tremenda de la mejor arquitectura.

Niemeyer, como lo hiciera Le Corbusier con él cuando empezaba, ha animado siempre a los más jóvenes. Y más de una vez le habrá también gritado a ese estupendo arquitecto brasileño que es Mendes da Rocha: «¡Bravo Paulo, bravo!». Y así, Oscar Niemeyer con Paulo Mendes da Rocha y con Le Corbusier han conseguido para Brasil, su país, un reconocimiento en todo el mundo por su arquitectura fuerte, radical y poderosa. La arquitectura de Niemeyer es a Brasil lo que el Barroco a Italia o el Gótico a Francia.

Las obras de Niemeyer son básicamente estructuras. ¿Cómo podrían no ser estructuras las obras del maestro? Estructuras capaces de hacer volar como los pájaros a sus artefactos arquitectónicos. Eso es lo que ha hecho toda su vida Oscar Niemeyer: arquitecturas que venciendo la gravedad vuelan para hacer soñar a los hombres. Y aunque es claro que las curvas prevalecen en las formas arquitectónicas de Niemeyer, su obra no es tanto como se ha dicho «una lucha contra el ángulo recto» cuanto una búsqueda de la estructura más radicalmente lógica. Cuando tocaba ángulo recto, pues ángulo recto. Pero cuando tocaba diagonal o curva, pues curva y diagonal.

La lógica aplastante de la mano de la Belleza. Porque si Niemeyer llegó tantas veces a atrapar la Belleza, lo hizo cumpliendo puntualmente con la utilitas y con la más perfecta firmitas. Parece mentira cómo aquellos preceptos vitrubianos están tan cercanos a la mejor arquitectura. En toda la obra de Niemeyer la Utilitas, la Firmitas y la Venustas convergen siempre con precisión sorprendente. Con las curvas, y con la recta cuando es necesario.

Niemeyer es un gigante de la arquitectura contemporánea que ha vencido al tiempo con su obra. Y a nosotros hoy nos duele y mucho que se nos haya ido. Aunque él y su arquitectura hayan pasado ya a la Historia con voz poderosa. ¡Bravo Oscar Niemeyer! ¡Bravo, Oscar, bravo!

Alberto Campo Baeza es arquitecto.