PREMIO CERVANTES

«Se me pasó la edad de la poesía»

José Manuel Caballero Bonald, 'superviviente' de la Generación del 50, ve sus seis décadas en la literatura reconocidas con el máximo galardón

En la mecedora de las tardes. En el salón de la luz que entra dando gritos. En el acuario de la casa, donde los libros, donde los cuadros, donde las horas, donde la vida. José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) va vestido de elegante y fiebre. Unas décimas que le ponen el verbo aún más lúcido, quizá más feliz por alucinatorio. No hace demasiado había sonado el teléfono negro y el ministro de Cultura, José Ignacio Wert, le anunciaba que este año sí, que el Premio Cervantes era para su larga escritura. Un galardón que «despierta en mí un profundo sentido de gratitud... Aunque si hubiera llegado tres o cuatro años antes me habría hecho más ilusión», comenta el poeta con ironía inflamable.

El Cervantes, convocado por el Ministerio de Cultura, reconoce una obra por entero. Una vida en las letras. Y lleva adosada una ceremonia solemne en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, que se celebra el 23 de abril (Día del Libro), y 125.000 euros. Este mismo año, Caballero Bonald publicó Entreguerras, un libro visceral que tiene como motor de explosión su memoria y su vida. Un libro que está entre el diluvio de la palabra y la contundencia de la expresión. «Un solo y extenso poema de perseverante carácter autobiográfico», sostiene, «con sus predecibles injertos de ficción y que concede alguna disculpa a esa obstinación retórica», afirma.

Es el último testimonio de un escritor abundante y de voluntad total. Su obra se derrama entre la poesía, la novela, las memorias, la investigación en los pliegues oscuros del flamenco, el arte, el ensayo literario... «Mi trayectoria es ya muy larga. Más de 60 años de literatura. Creo que ya no escribiré ningún libro porque no tengo más tiempo», sostiene.

¿Tampoco poemas? «Algún poema sí, porque la poesía es imprevista. Se aloja en la memoria a partir de un primer verso... Pero creo que se me pasó la edad de la poesía, aunque siga escribiéndola».

Los teléfonos chillan sin tregua. Pepa Ramis, la mujer de Caballero Bonald, pone orden en las llamadas, en los contestadores, en el portero automático, en el desfile de periodistas. El poeta observa con impecable bonhomía el alud de gente. «Lo que más me aturde es pensar en los protocolos que genera este premio», bromea. «Me siento anticipadamente cansado».

Es el penúltimo eslabón en pie de la Generación del 50 (junto a Francisco Brines), aquellos partidarios de la felicidad que hicieron del exceso (etílico) un cobijo contra la tormenta. Hace unos años, en 2005, publicó un libro necesario y revelador, Manual de infractores. Era su revuelta poética contra la literatura de herbolario, su elegante guerrilla de vocales bien dispuestas, su estupor condensado en un conjunto de poemas de letra dura y bella, elegías y dinamita, incredulidad y desgana para decir «No» a tanta quincalla moral, a la tiranía de los mediocres, a la misa negra de los violentos. Eran versos directos, hondos, hirvientes. La rebelión de quien se resiste a la numismática del recuerdo y pisa el presente dejando una huella rebelde, indispensable.

«Aquel libro me rejuveneció y me otorgó una energía nueva, porque la poesía es, sobre todo, un género de juventud. Allí había una forma de mostrar mi desafecto a tantas cosas del presente, pero de una manera no explícita sino buscando la violencia de la palabra, aquellos materiales del idioma que tienen algo de agresivo», sostiene.

Llegaron después otros títulos: La noche no tiene paredes (2009) y Entreguerras (2012). Y antes sus poderosos volúmenes de sus memorias: Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001). Y aún más temprano sus novelas: Dos días de septiembre (1964), Ágata ojo de gato (1974) y Campo de Agramante (1992), entre otras. Caballero Bonald es uno de esos creadores que escriben en legítima defensa. Y todo lo suyo gasta una respiración poética profunda. La misma que ha contribuido «a enriquecer el legado literario hispánico», según explicaba ayer el acta del jurado del Cervantes. Cinco rondas de votos determinaron que sí, que el autor de Diario de Argónida era el ganador por unanimidad en una edición donde también optaron con intensidad Juan Goytisolo y el sabio filólogo Martín de Riquer. «Eso es lo que me provoca cierta desazón», subraya. «A los dos los admiro y respeto. Y en el caso de Martín de Riquer, además, tratándose de un cervantista de su solvencia... Pero...». Pues eso.

El campanazo del Cervantes le llega a Caballero Bonald corrigiendo las pruebas de un volumen misceláneo que publicará Seix Barral con sus textos sobre literatura: «Y, mira qué paradoja: estos días estaba con un pequeño ensayo que trabajé hace tiempo sobre la poesía de Cervantes y sus andanzas por la Sevilla del siglo XVII. Eso le da más intensidad aún a este reconocimiento. Cervantes me ha acompañado a lo largo de mi vida. Ha sido uno de mis referentes principales».

Un desobediente, también. Un insurrecto a su manera. Más o menos como ha sido Caballero Bonald, aunque el tiempo le haya dejado la huella de demasiados desencantos en el costado de la política. «Yo no he flaqueado en mis ideas, colaboré con el comunismo, sin carné, durante los años de la dictadura, pero es abrumador el desprestigio ideológico de ahora. Me he sentido defraudado y deprimido. Todo se ha desmoronado. No existe ningún edificio estable al que acogerse», ha dicho en alguna ocasión. Sin embargo, es hombre de izquierdas insobornable. Y distinguido ahora por un Ministerio de Cultura que capitanea un partido de derechas: «En ese sentido, sí me ha provocado cierta sorpresa mi elección. No sé si era el candidato más oportuno para el PP. Pero aquí estamos...».

El autor de En la casa del padre, sonríe y calla detrás de la barba decididamente cana, una barba con algo de recado de hechicero. Algo quizá asumible en quien estudió Filosofía y Letras, náutica y astronomía. La tarde cumple con su papel de tarde y va dejando a lo lejos casi todo, como si el mundo sólo fuese a esta misma hora un eco azul, un escenario, un asa de la memoria.

El teléfono sigue con sus acrobacias y le da a la casa un leve aire de ministerio en hora punta. José Manuel Caballero Bonald ya es Premio Cervantes. «Esta fiebre que he tenido, no sé. Ando algo griposo. Y cuando no se pronuncia bien no se piensa bien». Non es su caso. No el de quien ha escrito: «Llega el tiempo ruin de los antídotos». Aunque a veces una buena noticia viene y le quita su rigor a noviembre.

>Vea el videoanálisis de A. Lucas.