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  • Raul del Pozo

Chinos y rusos

La ciudadanía es cosa seria. Los romanos que la obtenían no podían ser crucificados. Los ciudadanos españoles tienen los privilegios de los países democráticos, aunque no es ciudadanía lo que va a vender el Gobierno sino permiso de residencia temporal; esta vez no arreglan los papeles a los pelados de patera sino a los huidos y lavanderos de dinero. Este proyecto quizá lo enunció primero Joseph Zappala, embajador de Bush padre en España, amigo del Rey, nieto de emigrantes italianos nacidos en Corleone, que creció en el Bronx entre negros, italianos y judíos y se casó con una burgalesa. Zappala preguntó: «¿Qué hacéis con un millón de casas vacías? Entregadlas a extranjeros y que paguen pocos impuestos».

Ya sabemos lo barato que cuesta entrar y vivir dos años en España: 160.000 euros. Las rebajas de los grandes almacenes han pasado al Estado en oferta; cualquier día compran medio Ibex. A mí, la granujería del Gobierno no me parece mal, va dirigida a los chinos y a los rusos para que compren las casitas de los bancos malos y vayan aliviando la inmensa burbuja de cemento que los estafadores dejaron en la playa.

Los chinos, buenos comerciantes, están comprando deuda americana, minas de oro en África, petróleo en Sudamérica y sólo tabernas con callos y sifón en España. Menos mal que van al casino porque son muy viciosos y allí atizan con lo que han ganado vendiendo collares de perro o bragas a 0,30 euros. Mientras nosotros reñíamos, unos a favor del partido que indulta a los banqueros y el otro al que los rescata, se disolvieron todos los dogmas, el viento del Este acabó venciendo al viento del Oeste, el pueblo chino ya no es al ejército lo que el agua al pez y la bandera roja de las cinco estrellas es la primera empresa del universo.

Los rusos creyeron en el siglo pasado que era posible crear un paraíso en la tierra; se conforman ahora con una villa en Marbella. Quieren vivir lejos de su policía siempre zarista, lejos de sus cabañas pardas del viento helado y sordo.

Juan Rosell ha pedido prudencia al Gobierno porque corre el riesgo de crear con el dinero negro una nueva burbuja. Creo que se equivoca. No importa la procedencia del dinero, «esa puta de todo el género humano». Yo definí Marbella en la época del gilismo como Chicago con buganvillas. Gil y Gil intentó llevar el realismo socialista al Puerto de Banús comprando en Moscú la estatua La victoria, en las noches de vodka y caviar. No lo comprendimos entonces; era un precursor. Ahora hay que dar salida al stock de pisos y construir burdeles, hospitales, residencias, tanatorios, penales y campos de golf.

Empieza el crecimiento.