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  • Carmen Rigalt

Albert Rivera

ARRECIAN los políticos. No sólo es que estemos en campaña. Estamos en guerra. Se nota porque en la calle (o sea, en la vida) no hay conversación donde no se les ponga a parir. Siempre ha sido así, y más ante la proximidad de unas elecciones. En esta ocasión, Artur Mas ha introducido en el debate un elemento diferenciador que ha pillado descolocados a los políticos del resto de España. Dicen que el tema es grave y a mí me resulta exagerada la calificación. Grave no: serio. Prueba de su importancia es que mucha gente se reprime para no añadir leña al fuego de la gresca. Ante situaciones triviales y anecdóticas, los políticos más cañeros suelen echar sapos por la boca. Ahora, en cambio, no se atreven. Puede que finalmente a CIU no le salgan las cuentas, pero las intenciones ya le han salido.

Cada cierto tiempo llegan a mi correo enlaces con las intervenciones parlamentarias de Albert Rivera, un catalán de estirpe mestiza (por utilizar un término antropológico que les pega mucho a los «puretas» nacionalistas) cuyo discurso está cargado de claridad. Dejando a un lado las siglas que le cobijan (no me gusta el origen de Ciutadans) el chico se ha destapado como un fenómeno. Rivera es hijo de catalán y andaluza, así que pudo haber salido rumbero o botiguer, pero estudió Derecho, se subió a una tarima y resultó ser Demóstenes.

Rivera se dio a conocer en el 2006 con un cartel electoral que parecía un póster de Interviú o una portada de Ser Padres (esa revista donde enseñan a los papás a colaborar en el parto y a las mamás a bañarse con su prole). Rivera aparecía en pelota picada (tenía 26 añitos: se lo podía permitir) y desde lo alto de las vallas, emanaba un aire de Nenuco que era toda una declaración de principios.

Con el tiempo, el político no ha defraudado. Me gusta su agilidad dialéctica, su frescura y por qué no, su asepsia política. No hay en él una brizna de ideología y eso, que en un principio llegó a parecerme una aberración, puede ser la clave de su éxito. Seguramente el futuro de los políticos va por ahí. Si diseccionáramos la cabeza de Rivera con un bisturí, no encontraríamos en ella un gramo de patriotismo o una gota de doctrina. Todo en él es universal y lógico, luminoso, de una sensatez aplastante.