• Sala de columnas
  • Ernesto Saenz de Buruaga

Querida Julia

Estoy muy preocupado porque los compañeros de deportes me han planteado un problema que puede dejarme sin sueño esta semana. ¿Quién debe tirar las faltas en el Real Madrid? Cristiano no enchufa ni una. Y cuando deja el balón a Ozil, Alonso e incluso a PanenkaRamos las clavan. Menos mal que nos queda el fútbol y este fin de semana la final de la Copa Davis o la Fórmula 1 con Alonso jugándose el título. Menos mal que podré dejar atrás la huelga general, los incidentes en las calles, los piquetes infumables, la campaña electoral catalana, las comisiones ilegales, las cuentas en Suiza de las familias Mas y Pujol, los abrazos de la cumbre iberoamericana, las llamadas a consulta de los embajadores por el peñón de Gibraltar, el banco malo, la palmadita en la espalda al Gobierno del Oliver Rehn de turno, las investigaciones del Madrid Arena, el euro por receta y las historias vividas esta semana que son muchas. Podré dejar todas menos una que se me ha clavado en la conciencia.

Es una carta que he recibido de Julia. Cobra una pensión no contributiva de 357 euros mensuales. Con ese dinero hace el milagro de hacer frente a sus gastos domésticos, recibos de agua, luz y gas y la cuota de una antigua hipoteca de 200 euros. Le quedaban 6.000 euros para liquidar la deuda con su Caja de toda la vida. Debido a sus demoras la cuota se incrementó en un 30%. Ahora debe 12.000 euros.

Con la pensión no puede pagar esa cantidad y estaba esperando la notificación de desahucio. Me cuenta que cuando llega el 15 de cada mes tiene que decidir elegir entre comprar patatas o papel higiénico. Dice que no se declara en rebeldía y quiere pagar lo que por ley le pertenece al banco. Solo pide un poco de paciencia. Le duele escuchar en la radio que los responsables de pedir créditos son los que no contaban cómo podrían pagarlos. Pero antes ella tenía trabajo y ahorrillos que se han agotado. No hay rencor en su escrito, ni una mala palabra, ni un reproche. Es educada hasta el extremo y parece tener miedo en molestar a nadie. Me envía sus respetuosos saludos ante los que me rindo. Se llama Julia y no quiso ni firmar con su apellido. Un beso, Julia. Gracias.