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  • Salvador Sostres

La belleza

A VECES nos cabreamos por cualquier tontería y emerge esa rabia que sólo se tienen los que se aman mucho. Algo me quema por dentro, estoy enfurecido, terriblemente irritado, en todo creo tener razón y que ella en todo está equivocada.

Pero a pesar de que sabes que ha sido una tontería que no puede tener mucho más recorrido, ¿cómo controlar el incendio cuando eres todo fuego, cómo calmarte cuando eres la tensión de un ejército alarmado? No tengo una teoría, ni una pócima, ni un método terapéutico. Si sé que todo se me pasa cuando la observo de lejos, sin que ella me vea.

Cuando veo cómo se arregla en el espejo del baño, cómo se pone sus cremas y se maquilla, tan impoluta y tan precisa. Cuando la veo vestirse, siempre según un mismo ritual, e instruyendo ya a la niña para que se empiece a comportar como una princesita. Todo el amor regresa, y todo el deseo, cuando veo a mi mujer atendiendo un correo de su empresa con su exacto modo de sentarse, con su razonamiento impecable, cuando le escucho una conversación telefónica dando quirúrgicas órdenes a sus empleados.

Hay una perfección estética, de la que deviene un formidable rigor ético, que siempre será femenina. La belleza conmueve y cura. La higiene es un estandarte. La finura es la Ítaca de los machos, aunque seamos demasiado bárbaros para alcanzarla y para nosotros el secreto sea el viaje.

Es imposible continuar enfadado con una mujer cuando te muestra su poder a través de su delicadeza y el miedo en un puñado de polvo. No te cases nunca con una mujer fea ni grosera porque nunca será verdaderamente inteligente: en un principio fue la estética y no al revés, créeme. Te lo digo después de mil naufragios y de haberme encontrado con ella en la última isla habitada.

No te cases nunca con una mujer burda o de higiene inexacta porque nada te calmará cuando con ella te enfades, ningún consuelo hallarás, ninguna redención te elevará hasta salvarte y tu enojo se multiplicará hasta la tensión máxima y el estallido final.

Lo bondadoso procede de lo bello tal como el silencio precede al canto. No dejes de buscar hasta que encuentres el fulgor de Dios en una mirada, su relámpago en una caricia o en unos labios. Todo lo demás es material de derribo que acabará derribándote. Vivir sin milagro es un escarnio.