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El Manifiesto de los sensatos

ARNAL

Cuando Mas decidió impulsar la marea soberanista que cristalizó el pasado 11 de septiembre, puso en marcha una poderosa maquinaria política destinada a movilizar a toda la sociedad catalana con un sólo objetivo: la independencia.

La Generalitat buscó y encontró la complicidad de catedráticos, asociaciones empresariales, colegios profesionales, sociedades culturales, medios de comunicación... Había que dar la impresión de que toda Cataluña estaba a favor de un referéndum para separarse de España.

El presidente de la Generalitat utilizó la entrevista con Rajoy del 20 se septiembre como la gota que colmó el vaso de la paciencia catalana para marcar un antes y un después en su relación con España. Fue con ese objetivo a La Moncloa. Las versiones que han dado tanto el presidente del Gobierno como su interlocutor no difieren demasiado: «Si no aceptas el pacto fiscal aténte a las consecuencias». Ese era el mensaje.

Los motores de despegue hacia la patria prometida ya estaban en marcha, porque Mas sabía que Rajoy no podía aceptar de una tacada igualar el trato fiscal de Cataluña al de Navarra y País Vasco. De hacerlo, el presidente se habría cargado la estructura de solidaridad interregional que sustenta el endeble estado de las autonomías.

Mas no fue a Madrid con la idea de llegar a un acuerdo sobre financiación, sino con la intención de que Rajoy le dijera que no a una petición imposible de satisfacer.

Pero era la excusa que necesitaba para decirles a los manifestantes de la Diada que Madrid había rechazado la última oferta de Cataluña para no romper la baraja. O sea, que era responsabilidad del Gobierno central el haber acelerado los planes de CiU para desengancharse definitivamente de España.

Pues bien, la ofensiva política, que consiste en una gigantesca operación de imagen, ha funcionado con matemática precisión.

El argumentario de la campaña es sencillo y maniqueo. Por tanto, muy eficaz. Hay un pueblo oprimido y trabajador -Cataluña- que aporta una parte sustancial de su renta a un estado compuesto por diversos pueblos indolentes y atrasados que, cual sanguijuelas, subsisten gracias a lo que sustraen a los catalanes (el expolio). La crisis ha castigado a la industriosa Cataluña, que se ha visto obligada a hacer duros recortes en su Estado del Bienestar. La Generalitat pide a España quedarse con los impuestos que pagan los catalanes para poder superar la recesión, pero el malvado Estado (Madrid es la madrastra de este cuento) se niega, mientras mantiene los privilegios de Navarra y el País Vasco.

Conclusión: a Cataluña no le queda más remedio que romper con España. Como lo hará pacífica y democráticamente, la UE no tendrá otra opción que admitir a la nación catalana como nuevo estado miembro de pleno derecho de la Unión. Y colorín colorado...

La Generalitat no sólo ha machacado con su retahíla de vacuidades a los ciudadanos de Cataluña, sino que ha vendido su mercancía más allá de sus fronteras, extendiendo su ofensiva en medios de gran difusión.

En un reportaje publicado el pasado 24 de octubre por Financial Times (Catalonia looks to Scots for inspiration), Mas no tiene empacho en afirmar: «Hay leyes naturales que están por encima del marco legal para ajustar la democracia».

Ayer, Mas volvió a remarcar ese mensaje y desafió al ordenamiento jurídico gracias al cual él es presidente, al afirmar que el camino a la independencia no lo pararán «ni tribunales ni constituciones».

Mientras CiU utilizaba todos los resortes de la Generalitat para desplegar esa ofensiva, el Gobierno ha optado por la prudencia. Rajoy no ha entrado en provocaciones y se ha limitado a decir que se cumplirá la ley. De hecho, hasta hace unos días ni siquiera había diseñado una hoja de ruta ante la eventualidad de que Mas cumpla su promesa y convoque un referéndum independentista.

Los grandes empresarios, con la honrosa excepción de Lara (Planeta), han mantenido un calculado silencio. En privado dicen no estar de acuerdo con la independencia, pero no se atreven a expresar en público su opinión por lo que pueda pasar. Ese silencio y, sobre todo, sus causas deberían dar una pista a algunos incautos del modelo de sociedad que se impondría en Cataluña en caso de que Mas se saliera con la suya.

Y, sin embargo, como recordó CarmeChacón en las declaraciones que publicó el pasado miércoles EL MUNDO, «la mayoría de la sociedad se siente tan catalana como española».

¿Dónde está esa mayoría de catalanes que quiere seguir formando parte de España, que defiende la Constitución y que no está por vulnerar las leyes en virtud de un proyecto tan arriesgado como ilusorio?

Hace unos días, un amigo me habló de un manifiesto que tenía como promotor, entre otros, al ex secretario general del PSE NicolásRedondo. Hablé con él y me confirmó la iniciativa.

El manifiesto, que consta de cinco puntos y apenas si llena dos folios, apela a cosas tan de sentido común como «la lealtad a la Constitución de 1978» y reivindica abiertamente «el Estado y la nación españoles». Desde el reconocimiento de la «estima y solidaridad con Cataluña» alerta de que «un muro de incomprensión y agravios inventados pueda ser levantado entre la sociedad catalana y los ciudadanos del resto de España». El escrito llama a «respetar los cauces democráticos» y pide «el acatamiento de las leyes y los procedimientos previstos en el ordenamiento jurídico».

Se han adherido a él intelectuales y políticos de diversas ideologías como Mario Vargas Llosa, Fernando Savater, Manuel Jiménez de Parga, Jorge de Esteban, Emilio Lamo de Espinosa, Carmen Iglesias, Enrique Gimbernat, Francesc de Carreras, José Félix Tezanos, Joaquín Leguina, Arcadi Espada, Andrés de Blas...

Desde aquí, todo mi apoyo a una iniciativa que sí recoge el sentir de la mayoría de los ciudadanos de Cataluña... y de toda España.

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