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  • Federico Jimenez Losantos

La 'progrez', sin guión

LA FUNCIÓN esencial de los manifiestos de la Izquierda Instalada no es defender nada, salvo su condición de faro iluminador de la opinión pública. Algún pardillo pensará que, como todo el mundo tiene opinión, cualquiera puede ser abajofirmante. Craso error. Para alcanzar la egregia condición de abajofirmante, que automáticamente realza cualquier condición social, el abajofirmante no necesita tener idea de política, de arte, de ciencia, de ecología, de medicina o de economía. Basta ser de Izquierda, cosa fácil, y ser admitido como tal en la escenografía progre, que es mucho más difícil.

Porque para ser abajofirmante, que es algo más importante que abajofirmar, no vale cualquier firma ni cualquier izquierda. Si se aspira a figurar en esas listas de cien o incluso mil personajes firmosos, que en las noticias quedan reducidos a media docena pero cuya lista completa publica El País en páginas interiores, lo esencial es pertenecer a la secta de PRISA en sus cuatro variantes: mayoritariamente socialistas, minoritariamente comunistas, cosméticamente liberales y titiriteros sueltos, pero todos de casa. En las listas prisaicas nunca aparecerán intelectuales, escritores o periodistas asociados a la derecha liberal o conservadora salvo que estén homologados -léase perdonados- por la Izquierda -léase El País-. Así ha sido desde los años 70: cualquier manifiesto podía firmarlo el desprendido Javier Marías pero nunca se lo hubieran dado a firmar a su padre, al menos desde que dejó El País.

Como la Izquierda es sectaria y de carril, ser abajofirmante es fácil: se suscribe algo previsible y, a cambio, se recibe pública confirmación de seguir dentro de la tribu de los opinadores respetados y respetables. Lo malo es cuando, como ayer, no se sabe bien lo que se abajofirma. Si los jefes sociatas son incapaces de definir el federalismo y el derecho a decidir de Cataluña ¿qué pueden defender sus huestes? Pues lo que sea: que aceptarán lo que finalmente decidan los catalanes pero que no sólo los catalanes sino todos los españoles deben decidir; que la soberanía es catalana, o española, o ambas, o ninguna, o ¡a saber! Se han lanzado, como siempre, a firmar lo que sea, siempre que sea progre, pero, ay, la progrez se ha quedado sin guión. ¡Tenían que hacer algo! Y lo han hecho: el ridículo.