EL PRÍNCIPE Y LA FLORISTERA... Y NO ES NINGÚN CUENTO

La verdadera historia de la mujer que saludó a don Felipe en la puerta de una iglesia. Habla ella: «Ni soy mendiga ni gitana rumana». Vende flores y tiene 27 personas en casa

Carmen Amaya, de 50 años, el pasado martes, en el barrio madrileño de Orcasur, donde vive. Tiene ocho hijos y 15 nietos y se dedica a la venta ambulante de flores. / JOSÉ AYMÁ

Carmen saluda al Príncipe el martes 23, en la puerta de San Francisco de Borja, iglesia donde ella fue bautizada de pequeña. / EUROPA PRESS

S on las siete de la tarde en la calle Serrano de Madrid. Decenas de parados protestan con sus cacerolas frente al Ministerio de Empleo. Mientras, Carmen Amaya, gitana madrileña, 50 años, permanece, inmune al frío, sentada, con su habitual luto y su moño recogido, en la puerta lateral de la iglesia jesuita de San Francisco de Borja. Unos ramos de flores le acompañan. Empieza a llegar la gente, que, antes de entrar a misa de ocho, se detiene con la Mamaniña, como todos la conocen. Una mujer se acerca y la da un fuerte abrazo. Unas niñas pequeñas, que se sientan en sus rodillas, empiezan a jugar con la coleta de la gitana y le piden que les cante.

-¿Eres la mendiga rumana que dio la mano al Príncipe?

-Sí, pero ni soy mendiga, ni rumana. Soy gitana, y llevo 34 años vendiendo flores en esta iglesia, donde también me bauticé y me casé.

Con su pregunta, la cría se refería a lo que ocurrió el pasado martes 23 de octubre a la puerta de esa iglesia cuando el Príncipe Felipe, a la salida del funeral de su amigo, Íñigo de Arteaga -fallecido el domingo 14 al sufrir un accidente aéreo cuando volvía de una boda- ofreció su mano a una «mendiga rumana que pedía dinero». Así por lo menos lo recogieron las portadas de los periódicos. El titular: «El príncipe y la mendiga». Y empezó su indignación. Nunca un gesto tan simple ha hecho tanto daño a una familia.

«Yo estaba en la entrada cruzada de brazos, el príncipe pasó a mi lado, y le dije: "¡Buenas noches alteza!" Él me alargó su mano y yo no sabía si saludarle, besarle, o hacerle la reverencia. Me puse muy nerviosa. Finalmente le di la mano y le dije: "¡Que dios te bendiga, qué guapo eres!". Y él se echó a reír», comenta Carmen, sin entender el malentendido generado después. «Mi familia y yo lo hemos pasado muy mal. Mis hijos pequeños han tenido problemas en el colegio. Les insultaban diciéndoles que su madre era mendiga. Que era rumana. Los niños no querían ir más al colegio. Nos han hecho mucho daño», afirma entre lágrimas.

La encontramos, como cada tarde, a las puertas del templo. Un coche patrulla se acerca a Carmen y los agentes le dicen que la próxima vez que la vean le quitarán las flores. La gitana está tranquila. No sólo los claveles y las rosas le dan de comer. «Los vecinos de la iglesia siempre me están buscando algún trabajito. Muchos me piden que vaya a por sus hijos al colegio, que les limpie la casa y me dan ropa que está en buen uso para que la venda en el mercadillo», cuenta Carmen, que recuerda nerviosa el momento de su desdicha.

Viuda desde hace nueve años, Carmen tiene ocho hijos (una de 32 años con cáncer) y 15 nietos. Vive en el humilde barrio de Orcasur en el distrito de Usera. Su piso no mide más de 64 metros cuadrados y en él cohabitan 27 personas (entre hijos, yernos y nietos). «Mi hijo y mi yerno son chatarreros. En mi casa el poco dinero que entra es de todos. Un día comemos un buen chuletón y al día siguiente un bocadillo de mortadela, que también está muy rico. Vivimos con el amor y el respeto. Los pobres lo único que tenemos seguro es el cariño y el afecto. Si eso se acaba, da igual que tengas millones de euros».

El «drama de perder la casa, como definió esta semana la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, refiriéndose a la situación por la que están pasando miles de españoles -«aunque la ley está para cumplirla», añadió-, también acechó a Carmen el año pasado. Le llegaron dos demandas por impago de 300 . Sin embargo, la gitana vio la luz gracias a los feligreses de la iglesia en donde diariamente vende sus flores. Un abogado y el prestigioso procurador Gabriel de Diego le ayudaron, sin cobrar, a ganar el juicio.

Llueve intensamente en Orcasur (13.000 habitantes). Desde la papelería hasta la farmacia, todos conocen a la Mamaniña. «Es entrañable y un orgullo para la etnia gitana. La Asociación El Pato Amarillo la hicieron un homenaje las pasadas Navidades por ser la mujer coraje. Vino hasta un tablao flamenco y le dieron una cesta de navidad», comenta María, una vecina. Paseando por el barrio es fácil encontrarse con uno de los numerosos familiares de la gitana. Entre ellos destaca la belleza de una de sus nietas mayores, cuyo parecido a Esmeralda de El Jorobado de Notre Dame es fascinante.

Todo el mundo quiere a Carmen. La Mamaniña. La gitana de la iglesia de San Francisco. La florista del Príncipe Felipe. Sin cuento ni cartón.