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España necesita un PSOE robusto

LOS SUCESOS del 11-M, todavía tan turbios, contribuyeron a que José Luis Rodríguez Zapatero se convirtiera en presidente por accidente. Recibió de Aznar una herencia suculenta que despilfarró con entusiasmo durante los días de Bibiana y rosas de su primera etapa de Gobierno. Tuvo la ocurrencia además de fracturar el espíritu de la Transición y, como ha explicado muy bien el profesor Varela Ortega, cambió de socio constituyente. Suárez, Calvo-Sotelo, González y Aznar respetaron el pacto de Estado de 1978 entre los dos grandes partidos, que representan el 80% del voto nacional. Para las cuestiones clave relacionadas con el terrorismo, la territorialidad, la política internacional o el cumplimiento de la Constitución, PSOE y PP se pusieron siempre de acuerdo, hasta que Zapatero envió a los populares al zaquizamí de la Historia y se alió con los partidos nacionalistas periféricos, modificando de fondo el pacto constituyente. Era la ruptura de una fórmula que había proporcionando a España largos años de libertad y prosperidad.

No terminó ahí la pirueta zapatética. Para engrosar su bolsón de votos, el presidente de las mercedes decidió radicalizar su mensaje, girar a babor y disputar al partido comunista, enmascarado en IU, los sufragios de la extrema izquierda. La educación para la ciudadanía, el matrimonio homosexual, el acoso a la Iglesia Católica, la memoria histórica, la alianza de las civilizaciones, el desaforado gasto público y la estrategia para subsidiar a amplios sectores de la población, sobre todo en Andalucía y Extremadura, proporcionaron a Zapatero, en las elecciones del año 2008, una victoria sustentada en los votos sustraídos al partido comunista. Izquierda Unida, en efecto, se quedó en los huesos.

El resultado de aquella política, útil electoralmente a corto plazo, fue el paro desbocado, el déficit de dos dígitos, una deuda pública acongojante y el emborrascamiento de los horizontes, todo ello acentuado por la crisis económica internacional. Zapatero no calculó que, como estábamos ya en la zona euro, no podía tirar de la máquina de fabricar billetes. Europa impuso recortes y austeridades. Zapatero debió acatar, aunque fuera con la boca chica, las decisiones europeas. Gracias al euro, el presidente dadivoso no pudo meternos en un corralito a la Argentina, que es lo que hubiera hecho. Las imposiciones de la eurozona pusieron de relieve las contradicciones y despropósitos zapatéticos y el líder socialista se vio obligado a dimitir como candidato a la presidencia en las elecciones generales anticipadas. El PP arrolló en las urnas. El partido comunista recuperó los votos perdidos. Rubalcaba pagó las culpas de Zapatero, sufriendo por añadidura la hemorragia de un considerable porcentaje de votos del centro, lo que sumergió al nuevo líder en las tinieblas del 20-N.

Si lamentable ha resultado para el PSOE la política zapateresca, peor ha sido para España. Nuestro país necesita un partido socialista robusto que vertebre constitucionalmente a la nación. La posición electoral del PP en Cataluña y el País Vasco es casi testimonial. El PSOE había sido hasta ahora alternativa de Gobierno en aquellas regiones. Por eso resulta necesario hacer un esfuerzo, al que deben contribuir todas las fuerzas moderadas de España, para enderezar al PSOE y mantener el espíritu de concordia de la Transición. El pacto de Estado entre los dos grandes partidos es la principal garantía para la unidad y la estabilidad de España. Si se desmorona uno de esos dos partidos, el edificio entero de la Constitución de 1978 se resquebrajaría. Son muchos los socialistas que consideran a José Bono como el dirigente más capaz para restaurar lo que Zapatero destrozó. Me falta información interna de Ferraz para pronunciarme sobre el asunto. Tal vez haya otros nombres, aparte siempre la autoridad de Felipe González, pero en todo caso el PSOE, por el bien de España, debe renovarse y recuperar el rumbo perdido. José Bono, en fin, tiene la palabra.

Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.