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Aprensiones

Hay argumentos para meditar un instante antes de responder, ¡visceralmente!, a la locutora Montero. El martes dijo en su programa de la televisión pública que ella no querría los órganos del asesino y suicida de El Salobral, por si su alma venía con ellos. Bien, bien. No deja de ser una postura de progreso. Asignarle al alma una habitación entre las vísceras (hígado, corazón, etc.) debería hacer fruncir el ceño al episcopado navarro. Y ya no digamos la (e)videncia de que el alma pudiera trasplantarse. Uno no solo podría salvar su vida con un riñón nuevo, sino también la vida eterna, en el caso, of course, de que el nuevo riñón incorporara un alma inmaculada. El negro que tenía el alma blanca, sí, lo adivinó y ya puede recoger su premio. Del mismo modo la locutora Montero exhibe una radical decantación por la nature en su eterno debate con la nurture, lo que no deberían pasar por alto los racionalistas. Ella insinúa que la maldad es el resultado de un determinado cableado físico; y si bien sus ejemplos resultan baratos, la verdad es que las cosas podrían sofisticarse si se hubiera tratado del cerebro, un trasplante por ahora puramente ficcional aunque ya se hayan realizado injertos de células cerebrales para el tratamiento de la enfermedad de Parkinson. Sin embargo, y por desgracia, en el fondo de las palabras de la locutora Montero no hay nada más que aprensión. Lo que le pasa a alguna gente con los riñones al jerez, el hígado encebollado y los callos con garbanzos. «Uf, corazón de psicópata, quita.» Aún se ve más claro en su intervención de disculpa del día siguiente, que solo logró empeorar las cosas, cuando para fundamentar sus opiniones se basó en una señora que había explicado en La Vanguardia trasplantada cómo después de recibir el corazón de otro sentía latir su espíritu. Las aprensiones de la locutora Montero son frívolas y doblemente inhumanas. Su afirmación de que se negaría a recibir el corazón de un malvado tendría valor pronunciada en una UCI y con alguno de sus órganos vitales en la posición de código cero (prioridad absoluta para recibir un trasplante): fuera de este ambiente son un humillante toreo de salón. Y algo más, derivado. Nuestra locutora celebró que el pulmón, el corazón y el hígado de El Salobral hubiesen ido al pudridero. Cuando su alojamiento en otro hombre habría sido la única redención de una vida miserable y baldía.