La mujer que no fue Lady Chatterley

Emmanuelle, viva o muerta, siempre me pilla en Tokio. ¿Por qué será? En Tokio estoy, con jet lag y media botella de Mumm en el cuerpo tras haber aporreado el ordenador durante todo el día, cuando EL MUNDO me alcanza por mail -ya me iba: van a dar las diez de la noche. No son horas- y me pide este artículo. Sea, pero si la Kristel me sale con barbas no será la Purísima Concepción, por más que entonces me lo pareciera.

Lo siento. Voy a ser un poco borde. A Tokio llegó la película cuando estaba muriendo Franco. O igual estaba ya muerto. Tenía yo la cabeza en otras cosas. Quizá fue por eso. En Japón, para más inri, pixelan en la pantalla las vulvas y los penes. Lo hacían entonces y lo hacen ahora. Nacho Vidal sería aquí un don nadie. Ventajas del franquismo: mis amigos podían ver en Perpiñán o en Biarritz, con sólo darse un gureo, lo que yo, en la mayor cosmópolis del orbe, ni achinando los ojos como si fuese nipón, podía tan siquiera imaginar. Seré borde, digo, porque la película me pareció infame, aburrida, discursiva, intelectualoide, asexuada, cursi, ridícula, mucho menos erótica que la Blancanieves de Walt Disney y, en definitiva, una horterada colosal para reprimidos, seminaristas, paletos y sorches. ¡Menudo cóctel de orientalismo barato, marqués de Sade descafeinado, hipismo de mayo francés, fantasías de ursulinas, myrurgia número cinco, mobiliario de mimbre colonial, adulterio de Club Méditerranée y unas gotitas de Anaïs Nin!

Sonaba todo aquello, tan remilgado, tan modernito, tan de haute couture, a purísimo sexo de los ángeles. ¡Y tan puro! Lo siento, colegas. Ya sé que a muchos españolitos se les empinó. Agradézcanselo a Franco. No hay mal que por bien no venga. Yo no sentí ni el asomo de un cosquilleo. La chica que me acompañaba, tampoco, y eso que era española. Ya nos habría gustado. Angelical, como el sexo que nos proponía, sí que lo era la Kristell, pero no habría sabido yo por dónde empezar con ella ni cómo terminar. Luego, casi sin solución de continuidad, pasó de ángel a pelmaza.

Ya saben (lo decía no sé quién, quizá Kirk Douglas, acláremelo Garci, en no sé qué película… ¿Era Cautivos del mal?): después del éxito de los Hombres Gatos siempre llegan los Hijos de los Hombres Gatos. 1975: la Kristell se transforma en Emmanuelle 2. 1977: Goodbye, Emmanuelle… ¿Goodbye? Ya, ya. 1984: Emmanuelle 4. 1992: Emmanuelle 7. Y luego, ya en televisión, El amor, El encanto, El perfume, El secreto, El veneno, La venganza... ¿Adivinan, todo ello, de quién? ¡Bingo! De la mujer que nunca fue Lady Chatterley, aunque la encarnó en otra película, tan mala como las restantes. ¡Pero si en 1972 ya había llegado Bertolucci con la mantequilla! Biarritz y Perpiñán sí que valieron un tango y hasta una misa negra.

¿A do conduce ese tipo de éxito? A la tristeza post coitum. No hay erección que dure ni humedad que no se seque. A la Schneider le fue tan mal como a la Kristel. Siento haber sido tan borde con ella. Será por el jet lag y por la juventud perdida. Contra Franco follábamos mejor. Queda en la botella un culito de champán. Te pido perdón, Sylvia, y lo apuro a tu salud. ¡Ojalá descanses en paz! ¡Mira que si anda Franco por ahí!