• Sala de columnas
  • Salvador Sostres

'Happy Park' nacional

Hay un tipo de gente que se divierte con este tipo de performances. De un lado, el catalanismo más pueril, que cree que la independencia depende de una manifestación, de un mosaico o de una goleada. Del otro, el españolismo no menos infantil, que sobrerreacciona ante cualquier gesto o detalle con una violencia verbal que ni yo usaba desde los tiempos en que venía el practicante Emilio a administrarme las gamas globulinas que me prescribía mi pediatra.

Ayer no pasó nada. Los mosaicos con la senyera en el Camp Nou son tan habituales como inocuos, y sólo faltaría que los socios de un club privado no pudiéramos enarbolar en nuestro estadio las banderas que nos viniera en gana. Ya no se trata de catalanismo ni de españolismo sino del más elemental respeto a la propiedad privada.

Argumentar que no se puede mezclar fútbol y política es de un cinismo insólito cuando todo el mundo sabe que el fútbol es lo más político que hay. Desde el fichaje de Di Stéfano hasta que a los catalanes se nos prohíba competir con nuestras propias selecciones. ¿O es que fueron o son decisiones deportivas?

Como escribió Vázquez Montalbán, el Barça es el ejército de Cataluña; y como todo lo que escribió Manolo, fue admirable durante un tiempo, pero luego se ha vuelto sórdido. Tan ridículo e intelectualmente inconsistente es escandalizarse por un mosaico como que el Barça continúe siendo hoy el mayor catalizador de la expresión catalanista.

El independentismo está instalado en la niñez mental y confunde una manifestación con haber conseguido ya la independencia, o un partido del Barça contra el Madrid con el duelo de su nación para conseguir la libertad. Lo de ayer fue una demostración más de lo buenos que somos los catalanes organizando happenings y de lo poco que necesitamos para sentirnos héroes. También fue conmovedor constatar lo fácil que pone las cosas la otra parte, prestándonos tanta atención y elevando una piñata a cuestión de Estado.

Y después de la jornada de puertas abiertas en el Happy Park nacional, hoy la realidad de Cataluña continúa marcada por la misma corrupción, la misma mediocridad y la misma frivolidad de siempre, y los que ayer se sintieron soldados tienen detrás un ejército fantasma. También hoy, España sigue sin dar muestras de vida inteligente para acabar con un conflicto muy fácil de resolver.

Es la eterna sensación de perder mucho tiempo y de gastar palabras para no avanzar nada. Entre los catalanes que no se toman nada en serio y los españoles que creen que tienen su honor en la entrepierna, naufraga cualquier intento de entendimiento y al final lo común desmoraliza a las personas sensibles y formadas, que se desentienden de cualquier proyecto colectivo y «ya nada temen más que sus cuidados». Todo queda en manos de los bárbaros y el ruido es estéril e insoportable

El nivel del debate es escandalosamente bajo; los interlocutores de uno y otro bando son pastosos, mezquinos y por lo general bastante incultos e ignorantes. Se ha azuzado el odio con una absoluta irresponsabilidad y sentirse parte de cualquier proyecto colectivo implica un total desprecio a la inteligencia y al buen gusto. Todo lo atroz nos acecha con sus tentáculos deleznables.

Más que nunca estamos solos ante la turba sedienta de venganza.