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Inaudita sucesión de meteduras de pata

No estamos de humor los españoles como para tener que soportar que los representantes de dos de los poderes del Estado -el Legislativo y el Judicial- se dediquen a montar el deplorable espectáculo al que asistimos ayer. Es de esperar que no pase a mayores y que esta agarrada de tercera regional termine aquí y ahora. Cualquier otra cosa sería como para exigir la dimisión fulminante de los protagonistas de la trifulca.

Al magistrado Pedraz se le ha ido mucho, pero mucho, la mano a la hora de escribir. Se le ha ido de manera evidente cuando se ha lanzado a informar urbi et orbi que él considera «decadente» a la clase política española, algo que ni se le ha preguntado ni nos interesa saber. Ese tipo de apreciaciones las podemos hacer otros porque nuestro oficio incluye, más que el derecho, el deber de emitir juicios de valor sobre múltiples asuntos; siempre, eso sí, que quede claro que se trata de opiniones y no de informaciones.

Pero ése no es el cometido de su señoría, de quien únicamente se esperaba que dijera si las personas a las que la Policía detuvo como convocantes de la famosa manifestación, estaban incursos o no en el delito que las fuerzas policiales les imputaban. Punto. No se necesitaba de él ninguna otra cosa. Todo lo demás sobraba. Sobraban sus consideraciones políticas y sobraba también, por cierto, la insolencia con la que ha tratado la actuación de la Policía.

Hay que exigir a su señoría que en el futuro se abstenga de hacer en sus autos consideraciones que nadie le ha pedido, que nadie necesita y que no hacen más que abaratar lastimosamente el mínimo nivel jurídico que le es exigible.

Pero una cosa es ésa y otra muy distinta es que un miembro del Parlamento español se lance a insultar a un magistrado en unos términos propios de pelotera de tasca, pero completamente impropios de un señor que pisa las alfombras del Congreso y vota en el hemiciclo.

Si no le gusta el auto, si le parece ofensivo, si cree que es una muestra de inadmisible exceso -que lo es-, Hernando debe decirlo en unos términos que, desde luego, no son los que se le han oído al diputado del PP.

Y luego está la cegata reacción de sus compañeros de filas que en un primer momento no condenaron la metedura de pata y hasta quisieron justificarla. Al final, regresaron a los buenos modales, pero muy tarde y no con la fuerza que el penoso episodio habría merecido.

De modo que tenemos a un juez que, criticando los excesos de las pretensiones policiales, comete él mismo un exceso imperdonable; y a un diputado que, como respuesta, decide encaramarse a la tapia y, desde allí, apedrear verbalmente al magistrado. Qué bonita imagen para el exterior. Menos mal que a Romney no le llegó a tiempo esta historieta, porque nos la habría clavado. En el corazón.