• Sala de columnas
  • Arcadi Espada

Una pijería

LA INEXISTENCIA de un discurso político español está detrás de esta sensacional noticia, aún no desmentida, de que el gobierno del Estado va a firmar convenios con escuelas privadas para que enseñen el castellano a los niños. En la medida, ¡skinneriana!, que una escuela fabrica conductas, las escuelas de Cataluña fabrican nacionalistas. Eso es cierto; aunque las escuelas sean fábricas menos eficaces que los medios de comunicación, el fútbol y el llamado humor catalán. El castellano ocupa en la escuela catalana un lugar secundario, como en cualquier otra institución que depende de la gestión autónomica, y puede que eso influya en la fabricación de nacionalistas. En el imaginario escolar la lengua formal, importante, prestigiosa es el catalán, aunque el castellano sea (cuando no la persiguen) la lengua del patio. Esa es toda la importancia del veto del castellano como lengua vehicular de la educación. Los nacionalistas tienen razón cuando dicen que no hay evidencias para vincular el fracaso escolar con la inmersión lingüística y que la mayoría de los escolares catalanes sale del circuito académico manejando bien las dos lenguas. Pero son incapaces de encarar el aspecto simbólico, o sea político, de la cuestión: la aberración constitucional de que una parte de los ciudadanos de un Estado no pueda educar a sus hijos en la lengua común de ese Estado.

La inmersión lingüística no es un problema técnico. Es un problema de soberanía. Y la de Cataluña es una soberanía limitada, también para los asuntos de la lengua, donde suelen producirse juegos de suma cero. Si el gobierno del Estado quiere ejercer la soberanía, como sería su obligación, ha de acabar con el sistema de inmersión lingüística, y hacer de castellano y catalán lenguas vehiculares en pie de igualdad. La otra opción es tragar. La política es una combinación de hacer y tragar. Depende. Lo que resulta inmoral es la demagogia: el hacer ver que no se traga. Durante los últimos treinta años una buena parte de la burguesía no nacionalista ha resuelto el molesto problema de la inmersión ejerciendo su ilimitada soberanía económica y mandando los nenes al extranjero. Asombra que el gobierno se apunte ahora a la solución pija del asunto. Es público y notorio que yo adoro a los pijos. Pero dudo que su indolencia constitucional sea la mejor forma de combatir el nacionalismo.