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  • Carmen Rigalt

Mas, ¿honorable?

LO MALO de tomar las vacaciones en septiembre es que te incorporas cuando los compañeros están ya chutados y tienes que coger el tren en marcha, con lo cual todo el mundo ve que andas colgada como una paraguaya. La mañana que regresé a Madrid, los informativos cagaban virutas con el puro de Rajoy. Para afrontar semejante tema, pensé, no hace falta entrenarse. Pero aquello sólo era un aperitivo. La anécdota no interesó tanto por su sentido literal como por su carga metafórica, aunque a esas mismas horas, quien de verdad se fumaba un purazo era Artur Mas, que había invocado la palabra mágica para distraer la comezón de los catalanes. Y vaya si la distrajo. Últimamente, el president (a propósito: ¿por qué a Mas nadie le llama honorable?, ¿acaso la honorabilidad sólo se le suponía a Pujol?) ha salido en los periódicos de medio mundo y su rostro luce un irritante rictus de satisfacción. El culo se le ha hecho pepsi cola.

Me llamo Rigalt y vengo de la derecha nacionalista, así que me lo sé todo. En tiempos de la «teleúnica» había alborozo familiar cuando salía un catalán en la pantalla. «!Es de Reus, es de Reus!», estallaba mi padre como si eso fuera un mérito. Luego se demostraba que el catalán no era de Reus sino de Villanueva de la Serena, pero ya daba igual, para nosotros seguía siendo de Reus. Guardo muchos recuerdos así de pintorescos. En una boca de metro próxima a mi casa había un monumento al «timbaler» del Bruc, el pastorcillo catalán que ahuyentó a los soldados franceses tocando el tambor. Mil veces oiría yo, de niña, la moraleja sobre el niño somatén: «si en vez de tocar el tambor se hubiera tocado los cojones, ahora seríamos franceses». No había mucha exaltación patriótica en quienes repetían tales muletillas. Lo hacían por llevar la contraria. Yo heredé esa querencia, pero al revés. Empecé abominando de los pijos de mi barrio que idolatraban Madrid y acabé huyendo de los plastas catalanes que sólo valoraban lo de «casa nostra».

Me agotan los reproches de ida y vuelta. No comparto las tesis de algunos compañeros que escriben aquí al lado, pero llamo a los míos para consolarme y cuando pregunto si no temen las consecuencias de este rebote independentista, responden convencidos: «Ja ens en sortirem». Ojalá.