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  • Raul del Pozo

Mesetarios y 'maketos'

Flecha rota entre los blancos y apaches en una película en la que se ignora quiénes son los indios. El País Vasco se enfrenta a los comicios más importantes de su historia, como ha reconocido Mariano Rajoy. En Cataluña, Mas busca una mayoría indestructible de independentistas el 25-N. Si hacemos una columna-ficción, en el otoño de ikurriñas y esteladas, podríamos contar que si un día se fugaran de esta cárcel donde los hemos metido, catalanes y vascos, y con el tiempo canarios y gallegos, apenas quedaría la Corona y el tricornio, el flamenco y la misa. Tendríamos que bajar la capital a Sevilla. Es probable que entre 13 regiones que quedaran estaría Andalucía, si no proclama un día el soviet independiente de Marinaleda.

A la España oriental y resumida, a la mitad más gitana, volverían a aparecerse vírgenes y fantasmas. Los hispanistas y turistas serían chinos, volverían los ciegos y los rentistas. Stanley Payne recuerda a los arrogantes mendigos españoles que pedían a sus benefactores que se descubrieran al concederles caridad. Esa nación haragana y supersticiosa hace decir al historiador: «Los españoles, dominados por una vacua vanidad, no deben ser odiados ni temidos sino compadecidos o despreciados».

¿Qué sería de los españoles en una España rota pero no roja, donde las mujeres volvieran a tener el conejo en los pies, como retrataban a las béticas los poetas romanos? Sería el país de los maketos y mesetarios, que confirmaría las tesis de Sabino: gente de fisonomía adusta bailando el pasodoble.

En el fantástico libro Otegi, el hombre nuevo, de Mariano Alonso y Luis F. Quintero, cuentan cómo el Gordo saldrá de la cárcel en plan Mandela, hablando de reconciliación con las víctimas. El libro recoge una cita de Otegi: «Si alguna vez hay un acuerdo que contemple un marco nacional para este país, habrá de ser acordado con alguno de los grandes partidos unionistas que existen en Euskal Herria». Se refiere a PP y a PSOE y a su indispensable complicidad en la formación de gobiernos, pese a que como dice Pérez-Reverte los partidos nacionalistas ya traicionaron a la República, como hacen ahora con la democracia.

El PSOE recurre a la ambigüedad situándose entre la Guardia Civil y la independencia; los del PP, sencillamente, no saben qué hacer. Así que no es necesario que Urkullu pronuncie la palabra independencia; los nacionalistas vuelven, como siempre, a esperar la colaboración o el perjurio de los partidos estatales, sin cuya deslealtad a la Constitución, en plan criollo, sería imposible la «emancipación» del País Vasco, Cataluña, Galicia, Canarias… Así que saquen el peine para el huracán que se aproxima.