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  • David Gistau

Haciendo patria

Duran Lleida vive de ser pendular. En función del auditorio, puede pasar por ministro en potencia con suite en el Palace o por secesionista de los de antorcha. Una baja médica lo salvó ayer de una caracterización excesiva en el Parlamento. El hacedor de patrias Mas necesitaba meter un hurón en la madriguera de Rajoy para que a éste no le quedara ya más remedio que pronunciarse acerca de la «algarabía». Ausente Mas, la voz del pueblo cautivo la asumió Pere Macias, un orador de los de mentón metido que habla para dentro. No es que esperáramos el monólogo del día de San Crispín. Pero su memorial de agravios a Cataluña fue leído con tan escasa pasión, que se habría dicho que repasaba la lista de la compra. Por si fuera poco, cuando quiso dar lustre con una punch-line literaria a su reflexión sobre los pueblos y la libertad, el pensador al que citó fue ¡Vicente del Bosque! Esto no es serio, la secesión no nos la puede estar haciendo gente que extrae su cosmogonía del Marca. A ver si lo siguiente va a ser traer la República citando a Lotina. Si se prolonga la baja de Duran, urge hacer llegar a Macias uno de esos dietarios que traen a pie de página citas de nadie menos que Cicerón.

Rajoy está evitando el discurso febril en este asunto. Es seguro que una parte de su electorado querría haberle escuchado palabras como las que ayer pronunció Rosa Díez acerca de las reducciones tribales, del error de que los derechos se subordinen a los sentimientos, y de la eterna coacción nacionalista: «O me pagas, o me voy». Pero el presidente está evitando que el nacionalismo fabrique con él un estereotipo de la derecha bombardera de los que tanto convienen al victimismo profesional. Ayer despachó la trampa que le habían tendido con una sola idea descarnada pero suficiente: «Haré guardar la Constitución». A ver de dónde sacan ahí los editorialistas orgánicos del Freedom For un matiz catalanófobo con el que repartir alpiste.

Por otra parte, Rajoy parece estar librando con Mas un remedo de la Drôle de Guerre, en la que el rival se desintegra solo, sin que uno tenga que hacer nada. Desde el clímax de la Diada, y sin que Rajoy haya abierto siquiera la boca, Mas ha visto cómo lo ninguneaban hasta los poderes fácticos catalanes en su ya célebre conferencia del Ritz. Y ha descubierto que, cuando la cosa de pronto parece ir en serio, una parte de la Cataluña institucional, empresariado incluido, matiza por instinto de supervivencia el alarde independentista. Así, llega a la reunión casi en estado de suplicar a Rajoy una mínima concesión que lo salve de regresar a Cataluña como un derrotado que disparó al aire su bala de plata y cuyas amenazas nadie volverá a creer jamás. Liquidado, vaya.