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Mar de fondo en el Partido Popular

SECTORES muy cualificados del PP muestran ya abiertamente su inquietud por ciertos aspectos de la política del Gobierno Rajoy que han soliviantado a las bases. La hemorragia de votos, según las encuestas, es considerable. Aún más: como una cuestión de hecho, varios alcaldes de pueblos relevantes han entrado en contacto con el entorno de Rosa Díez para plantear la posibilidad de presentarse a las próximas municipales por el partido que ella lidera. La blandenguería de la política antiterrorista de Rajoy está fragilizando lealtades en otro tiempo incuestionables.

Son muchos los que no entienden por qué el partido ha dejado en la estacada a Rodrigo Rato, por qué no ha protegido a Ángel Acebes, por qué se ensañó con Álvarez Cascos, por qué menosprecia a Mayor Oreja, a María San Gil, a Manuel Pizarro, a tantos otros. El PP cayó derrotado en Asturias porque Génova fue incapaz de negociar con el ex ministro de Aznar. Puede perder Galicia por la falta de mano izquierda al dejar suelto a Mario Conde, que ha invadido ya plataformas de los populares. Las críticas en Génova al thinktank de Moncloa, a Moragas, Arriola y Nadal, están encendidas. La espantada de Esperanza Aguirre ha soliviantado, además, a los turiferarios refugiados en la madriguera monclovita.

José María Aznar, con un gran sentido de la responsabilidad, clama por mantener el apoyo a Rajoy, en lo que coincido plenamente, y por la unidad del partido, pero todo el mundo sabe lo que piensa sobre los disparates que el Gobierno ha cometido en los últimos meses, junto a indudables aciertos. En las bases del PP crece la idea de que Aznar debe retornar a la política activa, al menos para hacerse cargo de Génova y enderezar el rumbo del partido. Pero, tal vez, se trata solo de una finta. Entretanto, se suceden las disputas entre algunos ministros de Rajoy, se prorroga el despropósito de carecer de vicepresidente económico del Gobierno, se acentúa el desconcierto ante ciertas contradicciones. Todos piensan, por otra parte, que Jorge Fernández estaría mejor calladito. Nadie entiende su verborrea incesante. Como se ha escrito en este periódico, «tenemos un Gobierno donde calla quien tiene que hablar y donde habla quien tiene que callar». «No reconocemos a un partido que antes de las elecciones generales nos pidió sacrificios para obtener resultados y ahora nos ha sacrificado sin resultado alguno», ha escrito un comentarista sagaz.

Ciertamente la situación interna del PSOE es mucho peor que la del PP y el horizonte de incertidumbre para los socialistas no se despeja. Pero la diferencia estriba en que Rubalcaba cosechó una agria derrota y Rajoy ganó por mayoría absoluta. Que las aguas bajen tormentosas para el PSOE está en la lógica política pero que se agite el mar de fondo en el PP no tiene otra explicación que el desencanto de sectores cualificados de la dirección del partido y también de unas bases estupefactas ante determinadas concesiones especialmente sensibles para el centro derecha español.

Si en octubre se celebraran elecciones generales, Rajoy perdería la mayoría absoluta y se arbitraría una solución de Gobierno parecida a la de Andalucía. Solo diez meses después del 20-N, la situación para los populares resulta alarmante, tal vez porque aquellas elecciones no las ganó Rajoy, las perdió Zapatero. La gente votó contra las ocurrencias y los despropósitos zapatéticos.

Tiene razón, en todo caso, José María Aznar. La gravedad de la crisis exige taparse las narices, soportar el hedor de las genuflexiones ante ETA y respaldar a Rajoy porque la unidad del PP resulta clave para superar la incertidumbre que acongoja a los españoles. Sería absurdo, sin embargo, pintar de rosas el camino abrupto por el que transitamos. La fractura interna del PP todavía no se ha producido pero el riesgo de que así ocurra provoca alarma generalizada entre los moderados españoles.

Luis María Anson es miembro de la Real Cademia Española.