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El PP pierde su perfil más liberal

La dimisión de Esperanza Aguirre como presidenta de la Comunidad de Madrid y como líder de la región donde el PP tiene mayor peso supone un mazazo para el ala liberal de la derecha española.

Sin Aguirre, no sólo el PP ya no será igual. La política en España será bastante más aburrida.

Probablemente al presidente del Gobierno, con quien se reunió en Moncloa para comunicarle su decisión ayer a mediodía, unos minutos antes de hacer pública la noticia, su apartamiento de la primera línea no le produzca gran desasosiego. Aguirre ha sido durante los últimos años la china en el zapato de Rajoy. No hay más que recordar el último enfrentamiento entre ambos en relación al caso Bolinaga.

Es verdad que el presidente aprendió a convivir con ella, y que le reconoce virtudes como la valentía o la coherencia. Pero una cosa es la convivencia pacífica y otra la confianza plena.

Para el PP, desde luego, es una mala noticia. Aguirre era casi la garantía del triunfo en Madrid por mayoría absoluta. La presidenta conectaba mejor que nadie con el electorado popular. Su marcha abre posibilidades a la oposición y, desde luego, a UPyD, que ya restó votos a los populares en las últimas elecciones.

Ahora bien, ¿por qué se ha ido? A Rajoy le explicó que está cansada; que su enfermedad le ha hecho reflexionar sobre muchas cosas; que en fechas recientes han fallecido de cáncer dos amigas suyas, y que, en fin, a sus 60 años cree llegada la hora de dedicarse a ella y a los suyos.

Eso seguramente es cierto. Y también es probable que sea el elemento de mayor peso en su decisión. Pero no el único. Aguirre se ha cansado de ser la voz discordante, el Pepito Grillo del PP. Además, ahora la gestión de la Comunidad no deja margen para otra cosa que los recortes, de los que, por otra parte, ella ha sido abanderada.

Como ha reconocido, estuvo a punto de no presentarse a las últimas elecciones autonómicas (mayo de 2011). Por tanto, su decisión de abandonar venía de hace mucho tiempo, aunque el paso decisivo lo dio este verano.

La noticia, guardada como un tesoro, sólo era conocida por su círculo más íntimo. Y, sin duda, una de las claves de lo ocurrido está en su sucesión.

Dicen en fuentes cercanas al vicepresidente de la Comunidad, Ignacio González, que ahora asumirá sus funciones, que Aguirre no cruzó el Rubicón hasta que Rajoy le dio garantías de que aceptaba que su número dos asumiría la Presidencia. Desde luego, ese fue uno de los asuntos que trataron ayer a solas Rajoy y Aguirre.

Recapitulemos. Si el presidente del Gobierno no ha tenido digamos que una relación fluida con la presidenta de la Comunidad de Madrid, con el que se ha llevado fatal ha sido con González.

Un ejemplo. Aguirre quiso que González (a quien ella llama cariñosamente Nacho o Nachete) fuera presidente de Caja Madrid. Rajoy, entonces todavía en la oposición, se opuso frontalmente. Fue por esa razón por la que le ofreció la candidatura a Rodrigo Rato. Ahora estará arrepintiéndose de haberla aceptado.

Es verdad que en el último congreso del PP Rajoy le perdonó la vida a González, pero eso no quiere decir que le parezca el mejor presidente posible para la Comunidad de Madrid.

¿Qué hará el PP en la Asamblea de Madrid cuando haya que votar al nuevo presidente? Uno de los miembros de la Asamblea responde sin ambages: «Lo que diga la dirección nacional». Es decir, que si María Dolores de Cospedal dice que hay que apoyar a González, todos se pondrán firmes. Pero si dice que hay que apoyar a Lucía Figar, pongamos por caso, harán lo mismo.

Aguirre tiene un profundo sentido de la fidelidad, y tal vez por ello creía que su mandato tenía que cerrarse dejando en su puesto al hombre que la ha acompañado lealmente como su segundo durante tantos años.

En los próximos días sabremos si Génova da por buena o no la intención de Aguirre de dejarlo todo atado y bien atado. En todo caso, al PP de Madrid se le abre ahora un vacío difícil de llenar y una situación política y económica tremendamente complicada.

Pero esas son las cosas de la pequeña política. Lo realmente importante es que la derecha española ya no va a tener entre sus líderes a alguien que decía cosas como que hay que bajar los impuestos, o que hay que ser inflexible con los terroristas o que defendiera con orgullo el legado de Margaret Thatcher, con la que algunos la han comparado para adularla o para machacarla.

Aguirre nunca ocultó sus ideas, ha sido amiga de sus amigos y leal hasta con sus enemigos. Eso no es habitual en los tiempos que corren.