El pasado viernes, tres días después de la manifestación independentista y al día siguiente de haber ido a Madrid a decir que Cataluña necesita un «Estado propio», el presidente de la Generalitat, Artur Mas, acudió sobre las 9.30 horas a la redacción de La Vanguardia para entrevistarse primero con su director, José Antich, durante 45 minutos, y luego con el editor del periódico, Javier de Godó, conde de Godó y Grande de España.
Es significativo darse cuenta y subrayar que fue Mas quien acudió a La Vanguardia y no al revés. Lo mismo hizo con las principales entidades financieras catalanas. ¿Quién pide explicaciones? Los señores. ¿Quién las da? El servicio. Siempre ha sido así y así es como siempre será. El cargo de presidente de la Generalitat exige una dignidad. Una dignidad que se pierde cuando haces estúpidos juegos de palabras con tu nombre («que la independencia haya ido a más no tiene nada que ver con mi apellido») y cada vez que vas a pedir permiso como las chachas.
Tanto Godó como los principales banqueros catalanes le dijeron a Mas que le apoyarían con lo del pacto fiscal, que consiste fundamentalmente en que España acepte rebajar el tope solidario de Cataluña del 8% al 4%; y que a partir de ahí no podrían acompañarle. Está previsto que, en los próximos días, los empresarios catalanes se vayan pronunciando en todos los foros posibles, sobre todo en las páginas de La Vanguardia, tanto para reclamar un trato fiscal más justo para Cataluña como para advertir al presidente de la Generalitat que cualquier reclamación que vaya más allá es una incierta y poco recomendable aventura.
De hecho, el pacto fiscal sigue siendo el único plan de Mas, que goza en estos momentos de la autoridad moral suficiente en Cataluña para rebajar el independentismo a sus cauces habituales si es capaz de lograr el acuerdo con Rajoy. Es cierto que la manifestación de la Diada todo lo ha precipitado, pero dado que el independentismo ha crecido sobre todo por motivos económicos, si estos motivos desaparecieran todo se podría reconducir con bastante facilidad.
Tanto Godó como algunos banqueros, los más importantes, han telefoneado a Rajoy para que le busque una salida a Mas y le ofrezca algo con lo que poder calmar el descontento de su pueblo. Ese algo es el 4%, aunque sea para empezar a aplicarlo dentro dos años, cuando lo peor de la crisis haya pasado. Hay dudas sobre lo que Rajoy decidirá, aunque lo más probable es que el esperado encuentro del próximo día 20 en La Moncloa acabe con el acuerdo de crear una comisión mixta para ganar tiempo. El tope para marear la perdiz sería la Navidad.
Ni Mas es independentista ni lo son la mayoría de los catalanes. Hay una sensación de agravio y el independentismo ha servido, de un modo circunstancial, de vía de escape. Está en la mano de Rajoy ofrecerle a Cataluña ese 4% de tope solidario, el mismo de los landers alemanes. Y está en la mano de Mas calmar los ánimos de los catalanes, eliminando la principal causa de tan insólita exaltación.
Durante algunos años soñé que pertenecía a un pueblo libre y culto, valiente y trabajador. Hoy mi presidente es la queli del editor de un periódico y cualquier idea de mis conciudadanos -independientemente de si es buena o es mala- tiene un precio y puede venderse o comprarse. De haberlo sabido, habría dedicado a cualquier otra cosa mi ímpetu y mi vigor de aquellos años.