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  • Lucia Mendez

La otra realidad

Desde que tomó posesión, al presidente del Gobierno le atrapó una realidad que le obligó a renunciar a su programa electoral, en propia confesión. La realidad de Merkel, la realidad de Draghi, la realidad de la prima de riesgo, la realidad de los mercados, la realidad de la Bolsa. Pero hay otra realidad a la que Mariano Rajoy descendió ayer. La realidad de las preocupaciones de los ciudadanos, transmitidas por cinco periodistas en horario de máxima audiencia y en la televisión pública. El presidente ha sido reacio a esa realidad hasta ahora, pero los llamamientos de sus ministros y colaboradores -casi las súplicas- para que saliera de su otra realidad han surtido efecto.

Rajoy se ha expuesto en prime time y la experiencia resultó emocionante, sobre todo para los periodistas. Ellos cumplieron con su obligación de preguntar y él, con su afición de responder lo que le daba la gana, que para eso es el presidente y los demás no lo son. En este caso, la propia entrevista era el mensaje. Ya veis, pesados, que estoy dispuesto a cambiar mi política de comunicación. El jefe del Gobierno reiteró los mensajes de sus últimos discursos y se zafó con una cierta incomodidad de las cuestiones espinosas, respondiendo con el plan de proveedores cuando se le preguntó si pensaba someterse a una cuestión de confianza por aplicar un programa distinto al que votaron los ciudadanos. No adquirió compromisos nuevos ni despejó la ecuación del «rescate», aunque a él no le dio miedo utilizar una palabra proscrita en el vocabulario de sus ministros.

Rajoy aguantó de forma profesional las cuestiones sobre sus incumplimientos en materia económica. Se ve que se ha entrenado bien para ello. Pero hubo un momento de la entrevista en el que a punto estuvo de rozar la pasión en su respuesta. Fue cuando Victoria Prego le preguntó por el etarra Bolinaga y el descontento que su excarcelación está causando en los votantes del PP. El presidente se echó hacia adelante en la silla para convencer a su interlocutora y demostró estar permanentemente informado de la evolución del caso, ya que sabe incluso cuánto pesa el recluso internado en el Hospital de San Sebastián: 47 kilos. Creánme, no he cambiado, no negocio con ETA, no acepto chantajes, yo no soy sospechoso. Su respuesta evidenció que le duele que se ponga en duda su firmeza contra la banda terrorista.

Por lo demás, el presidente está bastante entrenado para someterse a una sesión como esta -o parecida- al menos una vez por semana.