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  • Raul del Pozo

El Rey y Ramón

España, la banca y yo nos hundíamos al mismo tiempo. Los capitales se iban de naja, la política seguía dividida entre dos bandos, la hidra del nacionalismo lo enconaba todo y las zarzas ardían como en la Biblia. Mientras, yo me subía en la cama con ruedas que me llevaba a las uvis como si montara en coche de golf. Nos íbamos hundiendo España y yo. Me refugié en Madrid con Natalia y la perrita Dana, y nunca me faltó el aliento de los amigos.

En uno de los atardeceres de solitrón, de pronto, sonó el teléfono. «Soy el Rey», dijo una voz. «Menos cachondeo». «Sí, soy el Rey y te llamo para interesarme por tu salud y para que me digas por qué no escribes». Por fin me convenció de que era Don Juan Carlos. Le expliqué la situación. «¿Que tomas pastillas?, dijo, «¿y quién de nuestra quinta no toma pastillas?».

Vuelvo al tajo por deseo de Su Majestad cuando España y yo nos estamos recuperando de los males. Pasó el agosto atroz, sofocante, tórrido, que superé pensando que cada persona es tan desgraciada como cree serlo. Nunca perdí la esperanza y el colapso no acabó de producirse. Me ayudó en la terapia la perrita de algodón que me miraba con sus prodigiosos ojos como si fuera Einstein. También me divertí practicando con Ramón Tamamesfooting lento, una especie de foxtrot, bajo los arcos triunfales de las moreras, los tilos y los perales en el parque del Canal de Isabel II.

Tamames, lejos ya de la política porque la inteligencia y la política se repelen, fue señalado por Berlinguer como primer dirigente del PCE cuando el Eurocomunismo. Hoy ese sabio con hijas sinólogas parece un espía de la República Popular China. Me explica mientras paseamos que lo de los pájaros de agosto es un invento de Baroja; ya saben aquello de que Madrid en agosto, con un poco de dinero, es Baden-Baden.

Le llevo la contraria: «Viene del título de una novela corta de Ignacio Aldecoa». Un cuñado de Ramón cree que el autor de la boutade es el marqués de la Valdavia y después de la disputa llegamos a la conclusión de que la metáfora de Baden-Baden, donde atizaban en la ruleta Marle-ne Dietrich y Dostoievs-ki, es de Francisco Silvela. Me explica Ramón Tamames que, aunque los pájaros de Baden-Baden se han ido y quedan cuervos roncos de graznar anunciando el fin del euro, Roma no puede ser destruida.

Se ríe cuando yo le digo que va a reventar el euro. «Europa irá a la ayuda de Italia y España, el 25% de la Eurozona. Serán rescatadas muy pronto». Entonces vuelvo por mi barrio tranquilo viendo crecer las granadas, los membrillos y los guayabos.