Bretón

José Bretón, durante una de las diligencias practicadas por la Policía. / MADERO CUBERO

Nadie ha quedado indiferente ante las últimas noticias que asignan la existencia de restos óseos humanos de un menor en la hoguera que la policía investigó ya hace muchos meses en la finca de los padres de Bretón. Todos sospechábamos que nada bueno podía salir de este caso, y aunque la esperanza es lo último en perderse, la realidad se impone siempre con fiereza sobre nuestras ilusiones.

Si los informes finalmente dan por buena la existencia de dichos restos humanos en el ya tristemente famoso horno improvisado de Bretón, «blanco y en botella», tendremos que rendirnos a la evidencia del fallecimiento violento de ambos niños.

Y ahora es la hora de reflexionar sobre la conducta humana en toda su crudeza: ¿Es capaz un ser humano, un padre, de matar a sus hijos y destruirlos con el fuego? Y lo que es más inquietante. ¿Y todo ello manteniendo una apariencia de frialdad, pasividad y hasta insolencia con la sociedad que le apunta con el dedo? La respuesta es lamentablemente sí. La historia de la humanidad nos demuestra persistentemente que el ser humano es en sus peores momentos cruel, despiadado, innecesariamente violento y sobre todo rencoroso hasta el extremo. Y entonces la gente se pregunta: «¿Cómo es posible?», y sobre todo: «¿En qué cabeza cabe?».

Porque en el fondo existe una enorme angustia ante el hecho de que por la calle existan personas que puedan hacer cosas tan excesivas, y esa angustia sólo puede mitigarse si el psiquiatra de turno expone un diagnóstico de trastorno mental, y así todos tranquilos. Pues en el caso de bretón el tema es más complejo. Ninguno de los médicos forenses, psiquiatras y psicólogos que le han valorado han llegado a ninguna conclusión patológica, es decir, es completamente imputable de su conducta, y distingue a la perfección el bien del mal, el blanco del negro y lo justo de lo injusto. Y esto nos lleva a la siguiente cuestión: ¿cómo es entonces una persona capaz de hacer lo que se presume que ha hecho?

Y es en la respuesta a esta cuestión que aparecen palabras como rencor, odio, celos, venganza, perversión, etc.; todas ellas con un gran calado pero alejadas del léxico psiquiátrico, es decir: ¡Se puede matar por odio, por venganza, por celos, por rencor,…o incluso por simple maldad!

Bretón no es un hombre para nada excepcional, ni posee una extremada inteligencia, ni tiene una frialdad glacial del villano de las películas, Bretón es simplemente un pequeño hombre que se equivocó de época para nacer, y en vez de aparecer en las Cuevas de Altamira (donde por cierto no hubiera sobrevivido), vino en el paso de los siglos XX y XXI, creyéndose con la autoridad de la posesión de su hembra como si de un objeto se tratara, y de paso sobre sus hijos, a los que utilizó descarnadamente como piedra para herir a su esposa.

El Sr. Bretón es a todos los efectos la muestra de un electroencefalograma plano, de un muerto en vida, que no transmite nada, con un probable sentimiento de pequeñez e inferioridad que le envenenó la vida poco a poco hasta que la rabia le consumió y en esa rabia proyectó sobre sus hijos toda su agresividad.

Su apariencia es de una notoria frialdad, es a los efectos humanos como una careta en movimiento, sin expresividad, sin gestos de sentimiento, como si le faltara el calor que nos hace humanos para bien o para mal. Ni siquiera puede acogerse al arrebato, o a la obcecación, no podrá esconderse en la ira incontrolada ya que su vida en estos últimos meses ha sido del máximo control, ni podrá meter la cabeza en el agujero de la indefensión ya que sus contradicciones permanentes le han ido delatando, y sólo le defenderá del clamor popular el Estado de Derecho, que nos defiende a todos, incluidos los malos.

El Sr. Bretón se ha quedado sin ases en la manga, y el escenario en que proyectó una historia inverosímil para defender lo indefendible se ha venido abajo, y así la huida hacia adelante que había diseñado, se ha encontrado de bruces con los rescoldos de una hoguera en la que presumiblemente quemó «lo único realmente importante que hizo en su vida»: sus dos hijos. ¿Dónde están los frenos de la especie ante la muerte de unos hijos? ¿Qué ha fallado en la mente de este hombre para destruir a parte de sí mismo? Y así la vida, de esos niños, que es el mayor bien que poseemos, se acabó probablemente por una decisión malsana de o conmigo o contra mí.

El Sr. Bretón nunca hizo nada de importancia en su vida, no puede alardear de ningún acto de valor, ni siquiera a estas alturas sabemos si alguien fue su amigo, y en la única relación afectiva que mantuvo en su poco gratificante vida, su matrimonio, se vio fracasar, y no lo pudo soportar. El sentimiento pues de rabia hacia sí mismo, y hacia el mundo, ante ese fracaso, acabó con la poca dignidad que tenía, y lo debió tener claro: «si son míos puedo hacer con ellos lo que quiera, ya que son mi propiedad, y ¡si no lo son, pues más a mi favor!» El Juez hoy está más cerca de la verdad, y todos estaremos más tranquilos cuando la sentencia aparte a este hombre de nuestras vidas, por lo menos por un tiempo lo más largo posible.

José Cabrera es Psiquiatra Forense.