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José Carlos Cataño o ese extraño buscador de diamantes literarios

El escritor José Carlos Cataño.

De rastros y encantes, el nuevo libro del escritor canario José Carlos Cataño, es una deliciosa entrega sobre los buscadores de diamantes literarios, sobre esos exploradores habituales de las madrugadas a los que no les importa escatimar horas al sueño para encontrar una primera edición, un autógrafo, un ejemplar inencontrable, una carta reveladora.

Novelista, ensayista, autor de diarios y poeta por encima de todo -entre sus títulos, Disparos en el paraíso y Lugares que fueron tu rostro-, Cataño consigue mezclar y romper los géneros al relatar sus aventuras de pirata urbano, libresco, batiéndose con otros a la busca del mapa del tesoro. A medias entre la confesión, la reflexión, la narración novelesca, la respiración poética, el autor va desgranando las raíces y los resultados de esa pasión que lo hermana con otros buscadores confesos como el también escritor Andrés Trapiello o el crítico de arte Juan Manuel Bonet, que aparecen como compañeros de ruta en un libro donde los rastros repartidos por ciudades de todo el mundo se convierten en protagonistas, sobre todo los dos más frecuentados por el autor, los barceloneses de los Encantes y del Mercado de San Antonio.

«Con El cónsul del mar del Norte (1990) probé cruzar fronteras: prosa poética, aforismo, anotación de viaje... También en mi primer libro, Disparos en el paraíso (1982), trataba en una sección, La presa que se esconde, a romper el verso, a quebrar la voz del poema, a frotar las palabras sobre las cosas y el misterio. Creo que lo que hay o tiene que haber es poesía, que ésta a veces busca su volcán desde las aguas de lo que entendemos por un libro de poemas, mientras otras se expande horizontalmente sobre las cosas, como la luz o el rocío que se apiada de la intemperie», explica.

Las raíces de su perfil de buscador de libros hay que rastrearlas muy atrás, en su adolescencia, cuando se perdió su casa natal y los libros heredados que guardaba. «Durante un tiempo salir de madrugada a los rastros era como salir a reconocer y salvar aquel tesoro», confiesa. Hay muchas anécdotas en De rastros y encantes. No olvida nunca un cazador de libros quién fue el que llegó primero y le robó la presa, como tampoco el día que se encontró con sus propios volúmenes dedicados y revendidos por el amigo. Cataño confiesa que no le mueve el afán coleccionista y elabora una interesante teoría sobre la biblioteca ideal, personal. Una especie de biblioteca movible, variable, flexible, que va evolucionando consigo, con el paso del tiempo y las transformaciones de su gusto lector.

«Con los años, de tratar con coleccionistas y libreros anticuarios que hablan de los primeros Juan Ramón Jiménez como de reliquias, llega un momento, y yo me río de eso, en que parece que si no tienes el primer número de Hora de España, no eres nadie. Para mí todo esto es secundario. Cada libro que entra en casa no tarda en establecer sus vínculos con los que ya aguardan en los pasillos o en los anaqueles. Y hay momentos en los que la coexistencia es imposible. He aprendido a prescindir de los libros. Lo bueno de toda esta experiencia es sentir que puedes volver a perderlo todo, o regalarlo. Que lo que tiene que ser leído siempre vendrá», reflexiona.

Cuando se le invita a animar al lector no iniciado en estos lances a adentrarse en De rastros y encantes, que cuenta con imágenes fotografícas tomadas por el propio autor, surge la palabra aventura. «No se trata de ir al encuentro de la primera edición, sino de la literatura necesaria. Y ese libro que te ensancha el espíritu puedes encontrarlo junto a los contenedores de basura, o en los puntos verdes de reciclaje, o en la ventana de un bar».