ANIVERSARIO DEL LSD

70 años de ponche de ácido lisérgico

Viaje con la sustancia que inspiró a Jim Morrison, los Beatles, Tom Wolfe, Ginsberg, el 'flower power'...

De arriba a abajo, Allen Ginsberg, festival Love-in del 67 y el 'Sgt. Pepper's' de los Beatles . / C. BARAJAS / ROLLS PRESS / POPPERFOTO

«Con el advenimiento del LSD hemos descubierto una nueva forma de pensar que tiene que ver con ensamblar nuevos pensamientos en tu mente. ¿Por qué la gente piensa que es tan malo? ¿Por qué les asusta, incluso al tipo que lo descubrió? ¿Por qué? Porque temen que haya una realidad más allá de la que han confrontado. Porque hay puertas que temen cruzar y que tampoco quieren que crucemos nosotros, porque si lo hacemos puede que aprendamos algo que ellos no saben. Y así estaríamos un poco fuera de su control». Así habló Ken Kesey, autor de Alguien voló sobre el nido del cuco y superhéroe bromista que retrató Tom Wolfe en Ponche de ácido lisérgico.

Kesey fue de los primeros en probar aquella medicina descubierta por un suizo en 1943 y utilizada en un principio para tratar la esquizofrenia y como posible arma química. El escritor pronto se dio cuenta de que aquello no era un simple medicamento y que abría las puertas de la percepción a nuevos mundos creativos. Había nacido la psicodelia.

El LSD (o habría que de decir «la», puesto que es una sustancia femenina), que el ejército de EEUU usó durante los 50 en experimentos de control mental (MKUltra), se escapó pronto del laboratorio y se coló en campus, festivales y galerías de arte. El propio Kesey se dedicó a divulgar por todo EEUU sus virtudes junto a su troupe de los Merry Pranksters (Alegres Bromistas), que repartían dosis de ácido desde su autobús Furthur, conducido por Neal Cassady. El psicólogo Timothy Leary había estado experimentando con psilobicina en Harvard y pronto se unió a la cruzada lisérgica, dejando para la posteridad un lema (Turn on, tune in, drop out, algo así como «Conecta, sintoniza, descuélgate») y una biografía de mártir, con numerosas condenas de cárcel.

Los primeros en interesarse por las posibilidades de la nueva droga fueron los escritores. Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz, había publicado en 1954 Las puertas de la percepción, a raíz de sus experimentos con mescalina, sustancia emparentada con el ácido lisérgico. Pronto se convirtió en el libro de cabecera de la nueva generación de psiconautas y Huxley abrazó con igual entusiasmo el LSD, hasta el punto que pidió una dosis elevada en su lecho de muerte, para despedirse del mundo con placidez. También Ernst Jünger se sintió fascinado con estas posibilidades creativas y llegó a contactar con el propio descubridor de la sustancia, el doctor Albert Hofmann, para volar juntos y escribir un libro sobre la experiencia, Viaje a Godenholm. Más jóvenes que estos, los beatniks estaban mucho más predispuestos, por hedonistas y contraculturales, a embarcarse en viajes ácidos. El poeta Allen Ginsberg, amigo íntimo de Timothy Leary, fue el más apasionado, con numerosos poemas regados de versos alucinados como estos: «Me da una razón para existir / me da infinitas respuestas / una conciencia para separarme y otra para ver / me hace señas para que sea Uno u otro, para decir que soy ambos y ninguno» (Ácido lisérgico, 1959).

Pero fue en terrenos musicales donde la droga demostró su verdadero potencial. La hipersensibilidad musical que proporcionaba empujó a músicos y público a una comunión mística de sonidos. En ese sentido, 1967 es crucial para entender la posterior difusión del ácido. En aquel año coincidieron los primeros discos de Pink Floyd (The Piper at the Gates of Dawn, creado por un puestísimo Syd Barrett), Jimi Hendrix Experience (Are you experienced?), Grateful Dead (The Grateful Dead) y The Doors. Estos últimos habían sido bautizados por Jim Morrison en honor a Las puertas de la percepción y se convirtieron rápidamente en abanderados de esa generación flipada que empezaba a llenar las calles de flores en el pelo y collares de cuentas, gracias a canciones como Light my fire y The End, ambas de su disco de debut. 1967 fue también el año de Disraeli Gears (Cream), Surrealistic Pillow (Jefferson Airplane) y, como no, de Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, de los Beatles. En él se encuentra Lucy in the Sky with Diamonds, una suerte de acróstico musical con las siglas del LSD que llegó a ser censurado en el Reino Unido, a pesar de que John Lennon quiso distraer la atención argumentando que le había robado la idea a su hijo Julian de un dibujo que había hecho éste con cuatro años. No coló, sobre todo porque otras canciones del disco (sobre todo, A Day in the Life) y los temas que le habían precedido (Strawberry Fields Forever) estaban impregnados de ácido.

Todo ello eclosionó en lo que terminaría denominándose como «Verano del Amor». En el estío de 1967, en el distrito barrio Haight-Ashbury de San Francisco, convergieron las manifestaciones contra la guerra de Vietnam, las nuevas tendencias musicales, el movimiento hippie y el LSD. Como se ha contado en numerosas películas (el ejemplo más recurrente es Easy Rider), aquellos jóvenes del flower power representaban una amenaza mucho más seria para el sistema estadounidense, pues no eran los viejos comunistas de los 40 y 50, sino una fuerza desconocida que no se podía ubicar porque, sencillamente, estaba en otra galaxia.

Buen ejemplo de esto sería el proceso a los Siete de Chicago por los disturbios en torno a la convención del Partido Demócrata en 1968. Uno de los acusados, Abbie Hoffman -de nombre curiosamente similar al descubridor del enteógeno-, sugirió al juez que llevó el proceso que debía probar el LSD y hasta le propuso un camello. La cara oscura de este flipe, el mal viaje, lo representa también el propio Abbie: en agosto de 1969, poco después del asesinato de Sharon Tate por la familia Manson, un Hoffman ciego de ácido invadió el escenario del festival de Woodstock durante la actuación de The Who. Quería dar un discurso contra la represión policial pero se llevó un guitarrazo de Pete Townshend. El sueño psicodélico empezaba su ocaso.

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