LUIS BÁRCENAS / DUQUE DE BUCKINGHAM

El mal engendra el mal

A quienes hacen el trabajo sucio casi nunca les aguarda el honor o la gloria. Su destino es acabar en las mazmorras o en el patíbulo. Son compañeros de viaje incómodos y prescindibles por quien alcanza el poder.

Éste fue el caso de Henry Stafford, duque de Buckingham, sin cuyos oscuros servicios Ricardo III jamás podría haber accedido al trono. El monarca le recompensó cortándole la cabeza en 1483. La historia de esta tragedia está contada por Shakespeare, que, sin embargo, no explica por qué el cínico Buckingham se levanta contra el hombre al que ha ceñido la corona.

Mucho más cerca en el espacio y en el tiempo, estamos asistiendo a la tragicomedia de un Luis Bárcenas, que, tras asumir el trabajo sucio de la financiación ilegal del PP, ahora es arrojado a la basura por quienes ha servido y no le preguntaban de dónde sacaba el dinero.

Luis Bárcenas tiene en su poder todos los secretos del partido desde principios de los años 90, al igual de Buckingham conocía los infames métodos con los que su primo Ricardo se había deshecho de su hermano Clarence, luego de su otro hermano, el rey Eduardo IV, y, finalmente, de sus dos hijos, los herederos legítimos de la Corona.

Buckingham ofrece sus servicios al Lord Protector y luego monarca con estas palabras: «Puedo imitar al más perfecto actor, espiar por todas las partes, estremecerme al oír el ruido de una paja. Siempre estoy dispuesto a dar a mis estratagemas las apariencias convenientes».

Bárcenas podría haberle dicho algo muy semejante a Aznar y Rajoy. Pero si no lo manifestó con esa claridad, les hizo el trabajo sucio y, gracias al dinero negro que fluía de las arcas de las empresas, el PP pudo financiar sus costosas campañas.

La reacción de Buckingham y de Bárcenas al sentirse abandonados es la misma: revolverse contra los hombres que ayudaron a lograr el poder. «Éste es el día en el que voy a morir víctima de la perfidia del hombre en el que he depositado toda mi confianza», exclama Buckingham tras ser condenado por Ricardo de Gloucester.

Hoy no estamos en los tiempos de la Guerra de las Dos Rosas entre la casa de Lancaster y la de York por la corona de Inglaterra, pero sí vivimos una época convulsa en la que cada uno intenta salvarse como puede.

Bárcenas no dudará ni un momento en chantajear al partido para lograr la impunidad penal, pero nadie va a tener compasión con él como nadie la tuvo con Stafford, que, amargado por su traición a los hijos de Eduardo, profiere sus últimas palabras: «El mal engendra el mal, el crimen engendra el crimen». No hemos aprendido la lección.